LOS ECOS DE LAS RUINAS

*Atento a sus indicaciones, señor Superior, presento el informe detallado del caso, incluyendo tanto fragmentos de conversaciones y comentarios personales para contextualizar los eventos. *

El 9 de agosto, a las 10:00 am, Raúl Hernández salió de su casa en Chignahuapan, sin despedirse de su madre. “Iba mas arreglado que de costumbre” comenta ella “Zapatos lustrados, camisa planchada, inluso un toque de loción. Pensé que tenía una cita. Una hora después me mandó un audio diciendo 'Voy a Tetela, llego en la tarde'… le pregunté por qué, pero… (traga saliva, conteniendo las lágrimas) ya no me contestó”

A las 8:00 pm, tras múltiples llamadas perdidas y mensajes sin respuesta, la señora Hernández avisó a la policía. Su preocupación natural era aún mayor: era “Luna Recia,” y desde hacía dos meses, en los días de luna llena, aparecían cadáveres descuartizados en la zona.

Sin embargo, a la policía las preocupaciones de la señora Hernández le parecieron infundadas. “No hay conexión,” le dijeron, en un vano intento de calmarla.

Fue entonces cuando la señora Hernández nos contrató. ¿Por qué iría a Tetela, a 40 km de su hogar? ¿Con quién pensaba reunirse? Pedí entrar a su habitación en busca de respuestas.

La habitación, ordenada en apariencia, tenía libros por doquier. La mayoría eran de historia. Cuando abrí su laptop —la contraseña fue fácil de romper—, lo interesante no fueron los archivos, sino las búsquedas recientes: “Tetela,” “Teteles,” “sacrificios humanos en Mesoamérica,” “Archivo General de las Indias.” ¿Qué estaba buscando realmente? “Tetele” viene del náhuatl y significa “Montículo.” Estos vestigios prehispánicos, de 600 a 1000 años de antigüedad según investigué en la propia computadora de Raúl, son estructuras piramidales usadas para adorar a dioses antiguos o como tumbas. Algunos son solo montones de tierra, otros en mejor estado siguen cubiertos de hierba. Tetela, lugar donde abundan los teteles. El Archivo General de las Indias documenta todos los territorios que tenía el imperio español en el siglo XVI.

En redes sociales no tenía muchos amigos y publicaba relativamente poco. Pero encontré un comentario que hizo a una publicación titulada “Hallan otro cuerpo en Tetela de Ocampo,” fechado el 10 de julio. Raúl escribía: “Los cadáveres aparecen en los Teteles, ¿Podría haber relación entre los crímenes y estos sitios? ¿Por qué no vigilar estos montículos? Tal vez el asesino tenga una fijación con ellos.” De este comentario surgía una conversación privada fechada el 28 de julio, con un perfil ya eliminado, identificado solo como “unknown.”

Unknown: “Raúl, concuerdo contigo. Vivo cerca de un montículo y tengo miedo. Mi esposo, que es policía, me ha mostrado fotos alarmantes.” Raúl: “Lo sé, pero no tengo más información para escribir sobre esto.” Unknown: “Puedo darte más datos, pero prefiero que vengas en persona.” Raúl: “No me parece prudente.” Unknown: “Lo entiendo, pero no quiero arriesgar la vida de mi esposo enviando todo por aquí.” Al final, Raúl aceptó la reunión. La dirección que encontré reavivó las esperanzas de la señora Hernández, quien decidió acompañarme, esperando encontrar algo. Para no aumentar el sufrimiento de la señora Hernández, omití en ese momento mencionar el audio de casi 15 minutos que Raúl se había enviado a sí mismo en su cliente de mensajería el día de su desaparición. Me pongo en la piel de Raúl y, junto a su madre, recreo lo más fielmente posible lo que pudo ser el recorrido hacia ese lugar. Salimos a las 10:00 am y tomamos el camión a las 11:00 am, para partir a la misma hora que él. Veo a Raúl rememorando en su celular los asesinatos anteriores: El 13 de junio, justo en luna llena, se encontró el cuerpo desmembrado de un repartidor de pan de 27 años en un montículo de un campo de maíz, causando alarma en la población. El viaje en camión es rápido. Desde Chignahuapan, se cruza una cordillera perteneciente a la Sierra Madre Oriental y el valle que le sigue para llegar a las faldas del cerro Tzotolo desde donde, dicen los lugareños, se ven al amanecer los destellos del Golfo de México, si no fuera porque en esta época del año está cubierto de neblina. Ahí, envuelto entre un tupido cúmulo de árboles de bosque templado, se encuentra la histórica Tetela de Ocampo.

El 10 de julio (luna llena de nuevo) apareció otro cadáver descuartizado, el de una estilista de 40 años. Su hija, desesperada, llamó a la policía después de que esta recibiera una llamada de su madre diciéndole “hija” entre llanto y colgando repentinamente. El cuerpo fue hallado en otro montículo al otro lado del pueblo.

Es irónico cómo este lugar, tan orgulloso de su historia, olvida partes de ella. Recuerdan con fervor a sus antepasados luchando contra los franceses, reclamando su lugar en la batalla del 5 de mayo, pero dejan en el olvido las ruinas prehispánicas, testigos mudos de asesinatos y desmembramientos.

Tomamos una combi hacia el lugar indicado, escoltados por una patrulla del ayuntamiento. Las casas se vuelven escasas y los campos de cultivo crecen. La milpa ya tiene la altura de un niño. Veo los Teteles repartidos en distintas parcelas. El destino indica uno de estos, particularmente bien conservado. Cerca de este hay una pequeña construcción de adobe. Bajo del auto y me pongo los audífonos.

—Hola… ¿tú eres…? —Sí, yo te contacté. —Este Tetele está muy bien conservado. —Me sorprende que sin ser de aquí, sepas lo que son. —Me… me gusta la historia. Siempre quise visitar lugares arqueológicos que salen en los libros, pero… no he tenido oportunidad. —Y buscaste más cerca. Ruinas olvidadas. —Sí. —¿Qué sentiste cuando viste un Tetele por primera vez? —Pues… cuando vi uno quedé mudo ante su presencia. No era un simple montón de piedras; en su forma áspera y desgastada hay algo… ¿inquietante? —Son los ecos de las ruinas. Silencio, el micrófono capta una ligera ráfaga de aire. Después la mujer vuelve a hablar. —Mira, el cuerpo de la estilista es Coyolxauhqui, la luna desmembrada. La hermana mayor de Huitzilopochtli que quería matarle al nacer. La voz de Raúl se quiebra, pareciera ahogarse. La voz femenina suspira. —¿No me crees? Observa. (Se escucha el sonido de un libro de pasta dura abrirse, de manos pasando sus hojas.) La misma posición de las manos, las piernas, y la cabeza. Silencio. —Sígueme, pasemos adentro. Mi esposo y mi padre no tardan en llegar, ellos podrán darte más detalles.

Se alcanzan a distinguir los sonidos de los pasos. 15 pasos. Los mismos que doy hasta la puerta.

Se escucha el rechinar de sillas de madera arrastradas por el suelo, pero aquí no hay ninguna silla ni mueble.

-Yo creo que el asesino es un fanático de los rituales antiguos- dice Raúl. – ¿Fanático? No, solo humano. Creer en un Dios o en Dioses o hacer rituales es completamente humano. ¿Humano? Creer es parte de nuestra naturaleza. Mi padre nos pagó la carrera de historia para no olvidar el pasado, porque estudiar historia es estudiar esa faceta de la humanidad que son sus creencias. En Yucatán, los mayas seguían luchando en el siglo XIX porque una cruz en llamas les hablaba. A tres horas de aquí, en Coacuila, la gente aún ofrece ofrendas a un cerro para evitar desgracias. Mi padre trabajó para una empresa en Ixtaczoquitlán, en Veracruz, en ella hay una pirámide oculta entre plantas y árboles para evitar que el INAH la reclame. Aun así, los trabajadores le dejan ofrendas como llaveros, aguardiente, fruta que entierran cerca de su base para protección. Mira, mi padre y esposo han llegado.

Se alcanzan a distinguir pasos y movimientos de sillas.

-¿Como estás?– dice una voz profunda y algo gutural. La temblorosa voz de Raúl responde -Bien, señor. – -¿Mi hija ya te presentó al niño? -¿Que? -¿Qué? ¿No venia a conocerlo M….? -Estaba por presentárselo. -Lo encontré en una melga hace muchos años. ¡Pesa muchísimo! Tuvimos que cargarlo entre mi hermano y yo para llevarlo a casa. Está hecho de piedra de Rio, no muy común en esta zona. Su mirada es profunda; las plumas de su escudo parecen tan reales que parecieran moverse con el viento… Se escucha un golpe. -¡Despertó! Está arriba, ¿Gustas ir a verlo? Miro hacia arriba. Tablas de madera. Hay un tapanco3 al que se accede por una escalera. -No creo que… -Tienes que verlo… Es magnifico. -No debería..

Silencio. Los golpes en el tapanco se perciben con mas fuerza. -DEBES VERLO Surge un violento ruido de las sillas, rechinando y cayendo. Después pasos apresurados y una respiración agitada. Luego nada. El audio ha terminado. El tapanco está vacío. Excepto por un detalle. Encuentro entre las uniones del piso de tablas un cuchillo de obsidiana que adjunto con este informe. Tras contarle a la señora Hernández sobre el audio, me pidió los fragmentos de la voz Raúl para escucharlos cuando lo extrañe. Le regalé mis audífonos por cortesía. “Mi hijo evitó más muertes”, dijo. Y es que desde su desaparición no ha habido más desmembramientos en luna recia.