DOOM: The Dark Ages: El infierno se vistió de armadura... ¿y perdió su alma?
DOOM es una de esas franquicias que no necesitan presentación. Desde sus inicios, ha sido sinónimo de violencia visceral, velocidad desenfrenada y una actitud que nunca pedía permiso. DOOM (2016) y DOOM Eternal no solo revitalizaron la saga, sino que también redefinieron el shooter moderno con una fórmula agresiva y perfectamente afinada. Por eso, tras terminar DOOM: The Dark Ages, lo que siento no es odio… es decepción.
Un nuevo infierno medieval
The Dark Ages apuesta por un cambio radical: el metal industrial da paso al hierro forjado, los laboratorios infernales son ahora castillos góticos, y el Slayer —ese furioso avatar del caos— se convierte en algo así como un cruzado malhumorado. A nivel estético, el juego tiene una dirección artística sólida. Hay texturas gruesas, cielos púrpura, estructuras colosales con ecos de Dark Souls, y criaturas demoníacas que parecen esculpidas en piedra viva. Pero ese es justamente el problema: todo se ve tan pesado como se siente.
Combate que pisa el freno
Si hay algo que DOOM Eternal nos enseñó es que el frenetismo no es solo un estilo, es el alma del combate. Aquí, esa alma se disuelve. El ritmo es más lento, las arenas son más cerradas y la movilidad se ve limitada. El escudo-motosierra puede sonar interesante en papel, pero en ejecución no logra reemplazar la adrenalina del dash doble o del gancho de la Super Shotgun. Incluso las ejecuciones —que siguen presentes— se sienten menos orgánicas, más como una pausa que como una catarsis.
Se echa de menos esa danza macabra que Eternal perfeccionó, donde cada enemigo era una nota en una sinfonía de sangre y pólvora. En The Dark Ages, el combate es más metódico, casi táctico... y eso no siempre juega a su favor.
Menos videojuego, más ambientación
Uno de los aspectos más curiosos —y frustrantes— del juego es su obsesión por el lore. Hay muchas cinemáticas, muchos textos, mucha solemnidad. DOOM nunca fue Shakespeare, y no tiene por qué serlo. Aquí parece que id Software quiso darle más “peso narrativo” al Slayer, explorar su pasado, sus motivaciones, su conexión con este mundo medieval. Y sinceramente, ¿a quién le importa? Estamos aquí para romper cosas, no para conocer el árbol genealógico del infierno.
¿Dónde está el DOOM que conocíamos?
Como fan del shooter puro, de la acción precisa y del ritmo al rojo vivo, DOOM: The Dark Ages me dejó frío. No es un mal juego. Técnicamente es impecable, y tiene ideas interesantes. Pero en su intento por reinventarse, DOOM pierde parte de lo que lo hacía especial. Cambiar la ambientación no es el problema. El problema es que también se sacrificó el vértigo, la urgencia, la brutalidad elegante que convirtió a DOOM en una experiencia casi musical.
Veredicto
DOOM: The Dark Ages es un experimento valiente, sí. Tiene momentos memorables, enemigos bien diseñados y un mundo que visualmente impacta. Pero al final, lo que debería ser una sinfonía de destrucción se convierte en una marcha solemne. Como shooter, es competente. Como DOOM, se queda corto.
Puntuación: 7.0 – Bueno, pero no el infierno que esperábamos.