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Parafraseando a Óliver Nabani
A finales de noviembre pasado estuve escuchando el episodio del pódcast de Óliver Nabani Conexiones Cotidianas titulado “Desconectar para Conectar”. Me hizo reflexionar y tuve la necesidad de escribir sobre ello.
Hace ya varios años que escucho los pódcasts de Óliver Nabani, tanto en solitario como en compañía de divulgadores como Julio César Fernández (concretamente en el pódcast Nebuchadnezzar). También lo he seguido a menudo en su canal de Twitch. Sin exagerar, me parece uno de los grandes comunicadores en el mundo del pódcast en español y siempre es un placer escuchar sus disertaciones sobre numerosos temas, principalmente temas relacionados con la tecnología y su relación con el ser humano. Óliver Nabani es uno entre un millón por su capacidad para explicar los temas más complejos de la manera más sencilla y amena. Su voz potente, su dicción, sus dotes dialécticas y sus grandes conocimientos lo convierten en un podcáster de obligada escucha.
Como iba diciendo, el episodio de ayer me hizo pensar en los problemas que puede originar la presencia constante de dispositivos electrónicos en nuestra vida y nuestra exposición diaria a ellos. Él comentaba por experiencia propia que había sufrido crisis de ansiedad con ataques de pánico en diferentes ocasiones, y que en un momento dado sintió la urgente necesidad de parar, lo que se ha denominado la “desconexión tecnológica”.
El hecho de tener dispositivos electrónicos a nuestro alcance todo el día nos ha convertido en dependientes de una manera nunca vista. Sentimos la necesidad de hacer muchas cosas a la vez, de “engullir” contenidos audiovisuales como si no hubiera un mañana, no nos queremos perder ninguna novedad. A eso han contribuido en gran medida las plataformas audiovisuales como Netflix, que fue pionera a la hora de ofrecer temporadas completas de series de golpe, cuando antiguamente las series de televisión se emitían a capítulo por semana. Incluso hay personas que sienten la ridícula necesidad de escuchar episodios de pódcasts a una velocidad mayor de la normal, es decir, a 1,5x o a 2x, para poder consumir la mayor cantidad posible de contenidos. Si bien este último caso es extremo, no deja de ser un reflejo de que hoy en día disfrutamos menos de nuestro tiempo libre, de nuestro ocio, saboreamos menos aquellas cosas que nos gustan. Por ejemplo, en muchos conciertos gran parte del público está más preocupada por sacar fotos y vídeos absurdos en lugar de deleitarse con las canciones en vivo de su cantante o grupo preferido. Lo mismo ocurre en otras celebraciones más íntimas como la actuación de final de curso de nuestros hijos o cualquier actividad que desempeñan los niños en la escuela. Poca gente ya disfruta esos momentos especiales sin echar mano del móvil como cámara de fotos o de vídeo, sin tener en cuenta de que el momento que hay que disfrutar es ese en el que ocurren las cosas, y no una foto o un vídeo que puede que no veamos nunca más. Todas esas situaciones van dejando se van acumulando y acaban provocando un desbordamiento de estímulos y sensaciones en nuestros cerebros, y, lo que es peor, episodios de ansiedad y otros trastornos de carácter psicológico o psiquiátrico.
Como dice Óliver en el último episodio de su pódcast, para ser conscientes de lo absurdo que es el abuso de la tecnología, basta con hacernos algunas preguntas sencillas sobre la necesidad de llevar el móvil a todas horas y a todos los lugares adonde vayamos, sobre la incapacidad de concentrarnos en una sola actividad durante un lapso de tiempo y olvidarnos de todo lo que nos rodea, o sobre cómo nos desenvolvíamos hace 25 o 30 años cuando no teníamos teléfonos móviles. Si nos hemos planteado estas preguntas de manera seria, nos daremos cuenta de que hemos convertido nuestro tiempo libre en un tiempo en el que no disfrutamos de manera lenta e intensa de aquellas actividades que nos satisfacen y relajan nuestra manera. Todos los beneficios que nos ofrecen las tecnologías cuando las aplicamos a nuestras necesidades reales se diluyen cuando las aplicamos a crear nuevas necesidades en lugar de solucionar aquellas.
Llegados a este punto, Óliver sugiere algunas pautas que él mismo ha puesto en funcionamiento y que pueden ayudarnos a desconectar del ritmo frenético en el que nos enfrasca el uso de los dispositivos móviles en el día a día: utilizar más a menudo papel y bolígrafo para apuntar cosas esporádicas, practicar la caligrafía, escuchar música a la manera tradicional (en un tocadiscos, en una radio FM, en una cadena musical, en un reproductor de compact-disc), salir a la calle sin el móvil para comprobar que no tiene por qué ocurrir nada malo, etc. La cuestión es disfrutar de nuestras aficiones de una manera lenta y provechosa, saboreando cada momento.
Por último, menciona el concepto de “alfabetización digital”, que consiste en aprender a utilizar de una manera más racional la tecnología que tenemos a nuestro alcance, sin ataduras, sin dependencias, solo para ayudarnos de manera real en nuestra vida diaria.
Como dije al principio, ha sido un episodio de pódcast muy provechoso. Me ha servido para tomar un poco más de conciencia sobre los problemas que plantea el uso excesivo de los dispositivos electrónicos. Quizás yo también intente hacer algo para evitar que la tecnología invada mis momentos y mis espacios de ocio. No es fácil, pero valdría la pena porque supondría un punto de inflexión para recuperar la intimidad que nos ha robado el uso indiscriminado de los móviles, principalmente.