Oficinas

Recientemente he descubierto la aversión que les tengo a las oficinas de cualquier tipo. Son lugares donde existe un aparente orden, rostros de empleados serios que fijen tener conocimientos de informática a nivel usuario y una jerarquía invisible que envuelve el ambiente. Pero lo peor no es esto, lo peor es que muchas están iluminadas por una luz artificial amarillenta, tienen un mobiliario clásico que recuerdan a los cuentos de terror de Guillermo del Toro y tienen un gusto pésimo, a la par que ecléctico, para elegir los cuadros que lucen sus paredes (lo sé, esto puede sonar cruel, pero ahora que he entrenado mi ojo para el arte no puedo dejar de verlo). Simplemente no me veo pasando ahí más tiempo del necesario para realizar cualquier trámite burocrático (y esto ya me cuesta a veces). Solo pensar que estoy prisionera entre cuatro paredes expuesta a sonidos y olores que pueden distraerme con facilidad ya me agobia. Puedo fingir que todo va bien y que nada de lo que sucede a mi alrededor me afecta, pero será solo una máscara. Al final del día estaré hecha polvo.

EFM