Rose
Rose vigilaba la entrada del supermercado con atención. Llevaba allí varios minutos y todo parecía estar en calma, pero aún no se decidía.
Había dejado a su hijo escondido detrás de uno de los coches que bloqueaban la calle desde hacía unos días, llorando y hambriento. Ella misma también deseaba más que nada echarse algo a la boca. ¿Cuándo era la última vez que habían comido? Ya ni lo recordaba. Desde que había estallado la guerra la humanidad casi se había exterminado entre sí, y los pocos supervivientes que quedaban luchaban con desesperación por los últimos víveres.
Con paso rápido avanzó hacia la puerta. El cartel que había sobre ella rezaba «The Fresh Market». Rose recordaba haber estado allí antes, en lo que ahora le parecía otra vida, pero jamás se había atrevido a pasar. Ahora, con su hijo dependiendo solo de ella, no le quedaba otra alternativa.
La tienda había sido saqueada, como todos los sitios que había comprobado hasta ahora. En los lineales apenas quedaban unos pocos artículos, pero no había entre ellos nada comestible. Rose recorrió los pasillos dos veces, maldiciendo su suerte. Desde allí podía oír el llanto quejumbroso de su hijo. Le partía el corazón. Se disponía a salir de la tienda cuando reparó en una puerta metálica entreabierta, escondida detrás de un cartel que anunciaba unas ofertas que nadie volvería a comprar.
Dentro estaba oscuro, pero al cruzar el umbral unos halógenos se encendieron. Rose se sorprendió. El suministro eléctrico se había suspendido hacía ya una semana, así que supuso que en la tienda habría un generador de gasolina para prevenir los apagones. Se encontraba en una cámara frigorífica. Estaba vacía, a excepción de un pedazo de lo que parecía carne de ternera sobre una mesa, al fondo de la sala. Rose comenzó a salivar. No entendía cómo era posible que nadie lo hubiese encontrado hasta ahora. Olió la carne, recelosa. Parecía en buen estado. La cogió y salió de allí a toda prisa.
Al volver a pisar la calle respiró con alivio. Nunca le habían gustado los lugares cerrados. Localizó a su hijo y dejó la carne frente a él. Su hijo (no tenía nombre, su dueño había muerto antes de ponérselo) comenzó a lamer la carne con fruición. Rose esperó paciente a que se saciase. Miró alrededor, al maravilloso mundo que los humanos se habían encargado de destruir, y los maldijo. A ellos y a sus estúpidas guerras.
Después aulló al cielo y comenzó a comer.
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