Eras un mar de tristezas
Estimada A:
Volví a soñarte. Como te aferrras al mundo de mis sueños y como apareces en momentos en los que creo haberte soltado por completo.
En aquel sueño yo no era más que una persona común. Trataba de encontrar mi camino entre los mares de gente y darle un poco de sentido a mi existencia, un poco como en esta vida real. Estaba tratando de conseguir una clase en la universidad y convenciendo a la encargada de que me diera más horas. Me planté fuera de su oficina esperando encontrarla hasta que por fin me informó que se habían abierto algunas horas.
Tomé el colectivo de regreso a casa y fue cuando te vi. Venías caminando con un par de tus amigas con mucho entusiasmo, haciéndolas reír mucho. Siempre has sido una persona muy carismática, como un imán de personas que sabes ganártelas de inmediato. Pero noté, desde el colectivo, que cuando tus amigas se habían ido tú te quedaste llorando, con mucha tristeza. Sabía que ya no era mi obligación bajarme para consolarte, que tú ya tienes tu vida y yo la mía, y que si acaso nos comunicamos de repente es por pura cortesía.
Pero sucedió algo inesperado. Una vez que te limpiaste tus lágrimas mudaste de ropa gracias a la magia de los sueños. Te veías incréible, con un gran vestido colorido y tu peinado era una cola de caballo bastante elegante. Te dijiste a tí misma, pues no habías advertido que yo te miraba desde lejos, que irías a una cita con A.M. Fue ahí cuando un poco sentí los celos corroerme de nuevo, a pesar de los años que han pasado.
El colectivo aceleró de nuevo y yo me quedé llorando. La gente me miraba con un poco de lástima.
Siempre he pensado que los duelos de pareja tardan, tienen sus matices, van y vienen. A veces las personas se nos aparecen en sueños, en pensamientos, en una canción, no siempre de la misma manera. Yo siempre te recordaré con el mayor de los cariños, pues realmente nunca me hiciste algún mal que viniera desde la malicia.
Creo que hay una parte de mí que le gustaría bajarse de ese colectivo imaginario para seguirte ayudando y sanando tus heridas, por las personas que te han lastimado en estos años, las que se han alejado, las que te han confundido y por las malas decisiones que has tomado. Pero mi colectivo llamado vida debe seguir, y aunque sienta toda la tristeza del mundo cuando sé que algo malo te ha pasado, ya no me corresponde resolver nada.
Hemos intercambiado algunos correos en meses recientes. Estos correos para mí han sido sanadoras, parte de nuestro proceso de duelo y de sanación. Pero hay que entender los límites. Mandar un correo no es lo mismo que resolver ni querer volverse a colar en la vida de alguien más. Me gusta tu manera de escribir, a ti te gusta la mía. Nos gusta compartir algunas vivencias y algunos consejos de vida. Pero ahí el límite, el límite que nos separa y nos seguirá separando. Nuestro viaje de vida tuvo su fin, y a veces, queda la nostalgia de algo que ya no es y que se cuela en mis sueños recién comienza febrero.