Una carta invernal

Tú: Recuerdo cuando nos conocimos cerca de aquel bar. Me saludaste con un abrazo cálido, lo recuerdo bien. ¿Tú tienes algún recuerdo de ese día? Ese día traté de impresionarte con palabras grandilocuentes, hablando sobre jazz y teoría social latinoamericana. Tal vez supusiste que genuinamente quería cambiar al mundo de un resoplido y que quería organizar alguna guerrilla urbana al sur de esta ciudad cansada.

Pocas veces agradezco al cielo y a la tierra el día de ese encuentro. Mi cunpleaños estaba a la vuelta de la esquina y coronaste el día con un beso de madrugada a mitad de nuestra borrachera.

Platicar contigo siempre ha sido fácil. Aún cuando tenía que arrancar de ti las palabras con preguntas y cuando tenía que compartir aliento contigo después de cruzar una calle con semáfotos discontinuos.

Viajamos varias veces esperando conocernos mejor, ver en el otro una comprensión fuera de todo enigma (y es que nos rodeaban tantos enigmas en aquellos días). En estos días sigo queriendo cambiar este viejo mundo con esas herramientas y esas metáforas de siempre, las mismas cantaletas y los mismos lugares comunes.

Ahora que vivimos juntos me pregunto si sentirás que sigo siendo un personaje extraño con todas las manías que salen de mis manos y todo el lenguaje inventado hasta el día de hoy. Palabras que se secan al borde de las árboledas y los campos de fútbol.

Granjearnos con los vecinos nunca ha sido lo nuestro y sin embargo hay un encanto en escuchar sus historias, como libros abiertos que se auto enaltecen de sus proezas de hace tantos años, seguros de que no tenemos manera de comprobar la veracidad de su narrativa.

No olvido tu tesis de jazz cubano, del cubop y la intensidad de la revolución cubana y la cultura en América Latina. Pero sobre todo no olvido nuestras ideas sobre el auto cuidado, la calma, los pasos conscientes y las respiraciones numeradas, el presente hecho eternidad y la capacidad que tenemos de regresar a nuestro origen. Ese origen que parece un obelisco antiguo en medio del desierto o de la playa.

¿Recuerdas esas madrugadas llenas de angustias? Sentía que mi cuerpo iba a apagarse a mitad de la calle. Todas esas energías puestas en nuestra supervivencia, lejos del arte, lejos de las palabras elocuentes y de las grandes empresas humanas. Sólo quedaba el miedo terrible de convertirse en polvo. Arrastrábamos nuestro cuerpo como cadáveres anticipados. Hoy nuestra sangre recorre nuestro cuerpo como esos ríos del Atlas de las infancias, aunque debo decirlo, la falta de hierro en tu sangre me preocupa.

Hay tanto que agradecer. Como en aquellos días que cuidabas de mis pensamientos con palabras que sonaban a atardeceres en la playa, que hacían un sonido hueco y un susurro catatónico en medio de dos grandes montañas. ¿Hasta dónde puede llegar la intimidad entre dos personas que se aman? ¿Acaso existe un límite a aquello que no puede medirse con instrumentos humanos?

Porque cuando digo que tomamos el sol y las palabras nos brotan como nuestras lavandas, las albahacas, la triste nochebuena que se aferra a vivir, y todas aquellas plantas que aún no son, cuando digo que tomamos el sol no puedo evitar evocar lo cercana que se siente tu palabra, lo familiar que nos es todo cuando estamos junts y nos reencontramos después de vigilar el despertar del sol.

Anticípate. Te observo. Te leo. Te amo. Te soy.

Para ti con cariño, Crs