Sopa de letras

Lecturas

¡Descubre los fascinantes artículos en Sopa de Letras!

from pinceladas

Hace unas semanas sucedió un fenómeno nunca visto en estas latitudes: unas auroras boleares (¿se pueden llamar así cuando suceden más al sur de lo habitual?). Tiñeron el cielo de tonos rosas y verdes en mayor parte de la península con tan mala suerte que yo me lo perdí. A día de hoy no estoy segura de si llegaron hasta aquí y si así fuese no estoy segura de que se pudiese contemplar en una ciudad con más o menos contaminación lumínica porque por escasa que sea haberla hayla. En cualquier caso, es una de esas cosas de las que debe dar gusto disfrutar una vez en la vida. Por lo contrario de lo que si que he disfrutado, o no, es de la calima, otro fenómeno que nunca había llegado hasta aquí y que es menos amable porque cuesta respirar y según la intensidad cuesta hasta ver. Recuerdo un día que tuvimos una calima tan fuerte que las calles parecían un paisaje marciano completamente. Daba hasta miedo. Después había arena en las aceras y por supuesto, en los coches. En estos casos se agradece tener mascarillas a mano, ya que es bastante molesto. Otra cosa que me perdí fue el asteroide (o meteorito) que cruzó la península como si fuese una estrella fugaz y que por suerte cayó en el mar (aunque también pienso en los pobres peces que posiblemente sufrieron el impacto). Pero bueno, siempre nos quedan las lluvias de estrellas.

***

No suelo salir mucho a comer fuera, nunca lo he hecho más allá de ir al típico restaurante de fast food, pizzería,...de uvas a peras. Sin embargo, últimamente se ha convertido un poco en una costumbre el hacerlo también de vez en cuando aunque a otros lugares distintos. Cuando salgo con amigos siempre acabamos en el restaurante asiático, pero cuando lo hago con la familia me adapto al menú mediterráneo, también me gusta, pero es prácticamente lo que consumo a diario. Precisamente es en estos últimos restaurantes donde me he dado cuenta de hay escasa oferta de platos vegetales (se les puede llamar vegetarianos, veganos,...). Si hay suerte algunas cartas ofrecen sus ensaladas de la casa, verduras a la plancha y gazpacho andaluz en la temporada estival. Es algo que hecho de menos porque a veces acabo harta de comer carne (incluso pescado) y si hay opción vegetal la prefiero. ¿Manías? puede ser. Cuando sucede esto, pienso en que tal vez somos un país más carnívoro de lo que nos gusta reconocer, al menos en la práctica lo es. Aún así tal vez me muevo por una de las zonas menos carnívora de la península porque aquí somos más de arroces y salazones.

 
Leer más...

from soldanes

Experiencias de implementación de Godot en proyectos educativos

Introducción

Luego de la reforma constitucional de 1994 el estado nacional se retiró de la gestión de la educación en las provincias. De esta forma se terminó sosteniendo un Ministerio de Educación que no tenía a cargo más que un puñado de escuelas universitarias y unas pocas políticas públicas nacionales. Esta retirada en bandada implicó un montón de problemas estructurales que aún hoy cargamos y seguiremos cargando, pero que a su vez, fueron también la base para que el estado federal participe desde otro lugar. Dentro de esas políticas educativas federales se encuentran Educ.ar, una Sociedad del Estado que terminó abarcando a cosas tan dispares como Encuentro o PakaPaka y Conectar Igualdad.

Dentro de Conectar Igualdad se desarrolló, además del conocido y premiado plan homónimo de reparto de netbooks a estudiantes y docentes de la patria, espacios educativos no tradicionales, originalmente llamados Infinito x Descubrir (IxD) y finalmente conocidos como “Conectar Lab”. Estos últimos se hallan en varias ciudades del país, a saber: Jujuy, Resistencia, Neuquén, La Rioja y Posadas. En este me desempeñé desde mediados del 2023 como tallerista, junto a un equipo de trabajo interdisciplinar que aunaba a personas de distintas ramas profesionales: programadores, diseñadores, artistas visuales, docentes, pedagogos, músicos, fotógrafos, entre otros perfiles.

Conectar Lab como un hacklab

Para entender qué es el Conectar Lab primero me gustaría explicar qué entiendo yo por el espacio, más allá de las definiciones formales de la estructura laboral enmarcada dentro de un espacio organizado a través de políticas educativas nacionales.

Los Conectar Lab al ser espacios de educación no formal se organizan dentro tres líneas de trabajo: arte, ciencia y videojuegos. Para poder llevar a cabo dichas ramas se cuenta con un equipamiento acorde a esas necesidades: hay microscopios, un estudio de sonido, equipamiento para grabaciones audiovisuales, computadoras, tabletas digitalizadoras, instrumentos musicales, proyectores y otros equipamientos propios de espacios que brindan ese tipo de propuestas.

Esta composición material, sumada a lo variado del equipo de trabajo hacen que el espacio físico sea pensado claramente como un hacklab. No por nada en el nombre figura la parte de “Lab” que refiere a “laboratorio” siendo una conexión directa a la figura de los “laboratorios de hackers”, o hacklabs, que tuvieron su auge en los EEUU y Europa de mediados de los años 90. Justamente son estos espacios un lugar de confluencia entre distintos perfiles, ya sea del mundo de la informática más dura como del arte, las ciencias sociales, el periodismo, la educación, la cultura DIY y maker. En los hacklabs estos perfiles que raramente podían compartir algo, se unían para concretar proyectos tecnológico-sociales, debatir sobre tecnopolítica, software libre y activismo en general.

De esta manera, a mi entender, la esencia de los Conectar Lab es justamente ser un hacklab, un espacio físico dispuesto a la creación mediante la confluencia de distintos perfiles que aportan miradas y conocimientos dispares. Pero, a diferencia de los hacklabs tradicionales, en los Lab lo que orienta toda la actividad es lo educativo enmarcado dentro de un proyecto institucional de alcance federal bajo la órbita pedagógica de Educ.ar y Conectar Igualdad. El primero pone sus más de 22 años de experiencia en la gestación de propuestas educativas innovadoras y experimentales; el segundo pone los “fierros” técnicos y también la experiencia de más de 10 años de existencia en los que no solo se entregaron netbooks sino también se diseñaron una miríada de propuestas educativas en torno al ecosistema de Huayra Linux, el sistema operativo de Conectar Igualdad.

Algún avispado o caído del catre podrá decir que un hacklab nada tiene que ver con la presencia del Estado, sino más bien, todo lo contrario, ya que en ese tipo de espacios siempre hubo una tradición “anarquista” o “anti-estatista”. La tradición del hacklab es propia de Europa y EE.UU, es decir, otras idiosincrasias, problemáticas, modos de ver el mundo, etc. En dichas regiones, el acceso a la tecnología y la brecha digital no parecen ser un problema mayor como sí lo es en nuestras latitudes. De esta manera, los hacklabs sudacas muestran otras lógicas, otras luchas, otras inquietudes que tal vez no tengan en sus geografías de origen. Por eso creo que los Conectar Lab funcionan como hacklabs ya que sintetizan la cuestión de la brecha digital y la concreta dentro de proyectos educativos, brindando a estudiantes las posibilidades de acceder, utilizar, apropiarse y experimentar con tecnología que de otra manera quizás no pudieran hacerlo.

La programación dentro de la curricula escolar.

Desde hace décadas venimos escuchando a adalides de la educación y tecnócratas ministeriales explicarnos cómo la programación en el aula vendrá para salvar todos los problemas de la humanidad. Quienes normalmente miramos estas propuestas con cierto desdén y hasta risa nos suelen catalogar de tecnófilos o retrógrados. Mas la evidencia nos demuestra todo lo contrario: la programación se viene metiendo en el aula, de manera completamente corporativa, desde los años 80 a través de diferentes experimentos. En la ciudad de Buenos Aires fueron varias empresas (Talent o Pecos) las que comercializaron soluciones informáticas adaptadas al aula con mayor o menor éxito. Muchos adultos jóvenes también recordarán sus primeras andanzas utilizando el clásico Logo; solo unos pocos vieron en esa experiencia un trampolín para desarrollar una carrera o profesión.

La realidad es que las propuestas de programación en educación generalmente son mal implementadas y pésimamente organizadas. Por un lado, la realidad argentina nos atropella: escuelas con aulas reventadas, docentes con pésimos salarios y sobrepasados de tareas, niños y niñas con infinidad de problemáticas no atendidas, cursos estallados de alumnos, distritos donde no se consiguen docentes, entre otras tantas cuestiones. Por otro lado, generalmente todo este tipo de propuestas termina recayendo en los docentes de aula que no solo no están capacitados (no tenemos por qué estarlos) sino que además se encuentran atestados y desbordados por todas las situaciones que deben solucionar en el aula. Normalmente se suele anunciar también la incorporación de perfiles técnicos dentro de las escuelas, pero la realidad es que nadie que sepa programar o tenga un perfil de ese estilo querrá hacerlo bajo un salario docente que casi siempre suele estar entre la linea de pobreza e indigencia.

Desarrollo de videojuegos fuera de aula

No hace falta citar bibliografía de las ciencias de la educación para comprender que los alumnos y alumnas trabajan de distinta manera cuando se los saca del aula para realizar actividades fuera de ella. La rutina del día a día en muchos casos termina empantanando el quehacer del alumno y del docente. Heredamos un sistema educativo del siglo XIX y poco ha cambiado; una de las cosas que definitivamente no cambió es la modalidad del aula con docentes y alumnos.

En este sentido, el Conectar Lab se plantea como un espacio extra-escolar que recibe a estudiantes y docentes que buscan llevar a cabo proyectos educativos enmarcados en alguna de las tres líneas de trabajo pero fuera del aula. Esto tiene muchísimas ventajas y todo el tiempo son recalcadas por los y las profesoras que vienen con sus cursos. Alumnos y alumnas que apenas se los escucha en la escuela, se despiertan de un letargo para mostrar habilidades que nadie conocía.

En este caso puntual donde trabajamos el desarrollo de videojuegos dentro de proyectos escolares, dicha actividad implica la ejecución de distintas habilidades, ya sea plásticas (diseño visual de personajes, objetos y escenarios), narrativas (creación del guion del juego), sonoras (diseño de música y efectos sonoros) o lógico-matemáticas (la programación en si). Todas estas habilidades resultan muy difíciles de congeniar en la escuela por múltiples razones: no hay tiempo, no hay material y no todas las personas tienen esos saberes. Insisto sobre esto último una vez más: el docente no tiene que saber todo eso ni debe por qué saber programar o utilizar una herramienta de diseño gráfico. No se le puede pedir más a una docencia agobiada y atestada; las capacitaciones en torno a esas habilidades son espejitos de colores: yo no le pido a un médico que sepa de pedagogía ni mucho menos que sepa programar. Al César lo que es del César y a la docencia dejemosle de cargarle de responsabilidades.

Se podría pensar que lo ideal sería que eso existiera en la escuela, es decir, que tengamos edificios escolares con salones de computación equipados y con más personal docente con los conocimientos requeridos para estas tareas. Pero como hemos mencionado antes, debemos apuntar a un modelo educativo donde nuestros alumnos y alumnas no están más tiempo confinados en el aula condenados a un encierro propio de la educación del siglo XIX, sino más bien que hayan más espacios de educación no formales que articulen con las escuelas, tal como hacen los Conectar Lab del país.

Por estas razones el desarrollo de videojuegos pensado como un proyecto transversal debe ser llevada a cabo por fuera del aula. Si bien desde los 80’s se comienza a hablar de programación en la escuela, eso dista bastante del desarrollo de videojuegos, que no necesariamente se debe enfocar exclusivamente en la programación sino más bien en las distintas habilidades que se ponen en juego para un proyecto de esa índole.

Utilización de Godot Engine para el desarrollo de videojuegos en entornos educativos.

Al estar el Conectar Lab enmarcado dentro de los lineamientos de Educ.ar y puntualmente de Conectar Igualdad todo el software que allí se usa es software libre. Se trabaja con el sistema operativo de Huayra Linux, desarrollado para el plan de Conectar Igualdad pero disponible para toda la comunidad que desee utilizarlo. En el caso de desarrollo de videojuegos, el sistema operativo trae consigo varios motores, dentro de los cuales podemos mencionar a Scratch y Godot.

Scratch suele ser la opción más elegida y la más conocida a la hora de trabajar tanto con niños y niñas de primaria como de secundaria, debido a su concepción de la programación orientada a objetos. Bajo esta modalidad, acercarse al desarrollo de juegos es más sencillo ya que no se requiere “escribir código” sino más bien ir agrupando en bloque las acciones que scratch trae más o menos predeterminadas. Programar aquí resulta de unir bloques que contemplan acciones y luego darle “play” a ver cómo todo resulta vivo. Por otro lado, hay un corpus enorme de conocimiento, experiencias, desarrollos y propuestas que giran en torno a Scratch ya que no debemos olvidar, fue un lenguaje pensado exclusivamente para la educación.

Hay algo que me quedó bastante marcado durante la cursada de Enseñanza de las prácticas del lenguaje en mi querido Normal Nº2 Mariano Acosta del populoso barrio de Once: desconfía de quiénes crean algo orientado específicamente a lo educativo. El profesor en ese momento se refería puntualmente a las clásicas novelas “infantojuveniles” que tanto atestan, para bien o para mal, las bibliotecas de las escuelas del país. No quiero decir que no sirvan como recursos o como literatura, pero atarnos siempre a lo “pensado para el aula” muchas veces nos priva de ampliar experiencias y construcción de conocimiento. Scratch está muy bien, es sencillo, es fácil, está pensado justamente para lo que queremos, pero, ¿y qué si apostamos a otra cosa? Obviamente en el aula cuesta ponerse a experimentar y probar cosas nuevas ya que como dije, las necesidades apremian todo el tiempo. Pero eso no significa que no haya que intentarlo, solo que es más difícil hacerlo.

Ventajas a la hora de utilizar Godot Engine en ambientes educativos.

Godot Engine, a diferencia de Scratch, es un motor de programación de videojuegos; esto es, una aplicación mucho más potente, con más herramientas y funcionalidades orientadas al desarrollo de juegos, aunque también es posible desarrollar aplicaciones en general. Debido a la naturaleza misma del software su utilización plantea un conocimiento más amplio de la computadora, logrando así que su aprendizaje conlleve a un aprendizaje integral de lo qué es y cómo funciona una computadora.

Veamoslo de esta manera. En Godot hay que picar código, es decir, hay que programar. Esto implica aprender a utilizar un teclado, algo que los adultos damos por sentado ya que, o bien crecimos con el auge de las computadoras o bien las fuimos incorporando luego. Nuestros alumnos, los jóvenes, no nacieron con computadoras sino con celulares y tablets que las reemplazaron y no saben cuál es la tecla Shift, cuál es la tecla Enter, cómo se borra texto, o incluso cómo se usa un mouse. Por otro lado, tampoco saben lo que es un archivo digital ni mucho menos una extensión, ¡menos aún lo que significa una jerarquía de archivos en un sistema operativo!

Todas esos “conceptos” se solían enseñar en las clases de informática de los años 90’s, de manera aislada, desconectada de todo y sin ningún tipo de valor curricular. Adentrarse a programar con Godot implica obligatoriamente aprender conceptos básicos del uso de una computadora y un sistema operativo pero desde una mirada más global ya que se enmarca dentro de la utilización de la herramienta y no de forma aislada como se hacía en la época de las clases de “computación”.

Adentrarse en Godot requiere iniciarse en la programación, aunque sea tímidamente y de a poco ya que hay muchas cosas que, al igual que Scratch, pueden hacerse sin tocar una línea de código. El manejo de la interfaz, los conceptos de “nodos”, “escenas”, entre otros, son conceptos fundamentales para fomentar un pensamiento computacional y de desarrollo que quizás en Scratch u otros lenguajes similares queda más solapado y en Godot se pone en evidencia al instante, lo cual es una clara ventaja conceptual.

Consideraciones a la hora de enseñar Godot en entornos educativos.

Debido a las cuestiones previamente mencionadas, la enseñanza de Godot no puede ser presentada al aire sin haber evaluado previamente algunas cuestiones básicas.

En primer lugar, hay que considerar la edad de los y las alumnas. Iniciarse en esta herramienta teniendo menos de 10 años puede resultar muy dificultoso y en mi experiencia personal, estudiantes que estén en 4to o 5to grado de la primaria en adelante pueden adentrarse ya en Godot, siempre y cuando estén interesados y motivados.

Por otro lado, hay que tener en cuenta las condiciones materiales. Es imposible aprender a programar en cualquier lenguaje o motor si no se tiene una computadora por estudiante con mouse. El mouse es excluyente. No se pueden usar estas herramientas sin uno. Además, retomando las ideas anteriores, tener un mouse ayuda a que aprendan a como usarlo con el teclado a la vez; de nuevo, una habilidad que tenemos naturalizada los adultos pero que los jóvenes no.

Otra condición material necesaria es tener un proyector y que quién enseñe Godot esté proyectando lo que hace y que los alumnos y alumnas lo sigan. Pero sabido es que un docente no puede dividirse en mil, y que no alcanza uno solo para este tipo de actividades: debe haber otros talleristas que den soporte y orienten a los alumnos y alumnas cuando no encuentran el botón o la opción que se está mostrando. Los jóvenes en la actualidad tienen muchos problemas para concentrarse y una ansiedad galopante que los hace perderse y frustrarse muy rápidamente, por lo que resulta necesario contar con una atención total a lo que sucede en el proyector, a la vez que se precisa de una mirada atenta de parte del resto de talleristas que deben estar brindando ayuda a cualquiera que se pierda.

También es preciso ordenar bien la clase y pensar las actividades con Godot tal cual como si fueran un módulo escolar. Por ejemplo, en una hora reloj, con las condiciones materiales cumplidas, se pueden hacer un montón de cosas, partiendo de, por ejemplo, un primer encuentro donde se logra conocer la aplicación y montar una pequeña escena con objetos cayendo sobre un suelo, todo sin tocar una línea de código. La actividad con Godot es muy demandante a nivel de atención y concentración por lo que no se puede estar más de 50 minutos con la atención de los chicos y chicas, ya que no solo no se puede sostener sino que ademas los termina agobiando.

Experiencias reales de uso de Godot.

Durante el año pasado tuve la oportunidad de guiar 3 procesos distintos de creación de juegos con Godot. Dos de ellos fueron con escuelas secundarias en el marco de los proyectos regulares que se llevan a cabo en el Conectar Lab de Posadas. El otro fue dentro de lo que se conoce como “Escuela de videojuegos”, una propuesta del Lab donde a través de la demanda espontanea venían chicos y chicas a desarrollar sus juegos.

En ambos casos la manera de trabajar es similar: hay una división en grupos donde algunos se dedican al arte visual, otros al sonoro y finalmente algunos deciden hacer el montaje del juego en Godot. En el caso de las escuelas secundarias, tuvieron aproximadamente 12 encuentros de 3 horas semanales, donde cada grupo fue dividiéndose las tareas. Una de las escuelas secundarias tenía aproximadamente 30 alumnos mientras que la otra apenas eran 10, más esto no cambio la lógica de trabajo que consistía siempre en dividirse según la tarea que debían realizar, ya sea dibujar los personajes, los fondos, los tilemaps o bien programar en Godot.

En este caso la lógica fue la que se mencionó. Trabajar con el proyector, mostrar la herramienta e ir de a poco montando el juego, empezando por conocer la interfaz, el sistema de archivos de la computadora, los atajos de teclado, etc, para luego pasar a montar escenas dentro de Godot. La parte más difícil fue obviamente la programación ya que había que copiar el código, con las dificultades que eso conlleva: no saber tipear, no saber cómo se hace un punto, una coma, un signo igual, etc. Pero como se buscaba crear un plataformero simple, que salte, esquive enemigos y recolecte objetos, basto con unas pocas líneas de código para implementar la caminata del player y luego con ese mismo script reciclarlo para el movimiento de los enemigos. En esta etapa era crucial la participación de talleristas que orienten a los que estaban perdidos, simplemente viendo si copiaron bien, si hicieron clic correcto, si tabularon bien, etc.

Pero no solo se trataba de programar. Al crearse un juego de plataformas, los chicos y chicas tenían que pensar las lógicas del escenario, lo que se conoce como “Game design”. Y es aquí donde comenzaban a brillar quienes tenían nociones de videojuegos, ya que repetían patrones y esquemas que habían visto en otros juegos. Quienes no tenían nociones de videojuegos, comenzaron a incorporarlas al ver que sus escenarios no tenían coherencia ni lógica alguna. Cabe destacar que esto se daba en paralelo a que compañeros y compañeras se hallaban dibujando tilemaps, objetos, fondos, los cuales eran pasados en pendrives y cargados por ellos mismos al filesystem del proyecto que desarrollaban en Godot.

El caso de la experiencia de “Club de Videojuegos” fue otra, ya que había chicos de distintas edades, que iban desde los 9 a 15 años, lo cual no imposibilitó el uso de Godot sino que, en todo caso, requirió de mayor atención por parte del equipo del Lab. Pero la lógica previamente mencionada se repetía: algunos se dedicaban al arte visual, otros al sonoro y un grupo a montar todo en Godot. La particularidad estaba en que la haber niños más chicos, tenían aun menos experiencia de computo, pero no por eso menos ímpetu. Recuerdo patente el caso de un niño de 9 años, muy pequeño, pero extremadamente entusiasmado con hacer su videojuego en Godot, prestando suma atención a mis explicaciones en el proyector y copiando como podía las 14 líneas de código que permitían al jugador moverse en el escenario. Ese niño nunca había tocado una computadora, jamás un teclado, pero se sentaba detrás de la computadora con una perseverancia, paciencia, emoción y autosuperación que pocas veces he visto.

Finalmente, cabe mencionar que con tan solo esas pocas líneas de código se expanden muchísimos conocimientos relacionados a la curricula escolar. Al estar realizándose un juego en 2D, hay varias cuestiones de la programación que se mezclan con conceptos matemáticos básicos, como lo son los ejes X e Y, conceptos comunes en la educación secundaria, pero que en primaria se pueden presentar desde el lado de la orientación espacial. Además, la lógica dentro de los llamados “if” (condiciones) son claves para ejercitar el pensamiento lógico-matemático.

Algunas conclusiones

Sin lugar a dudas Godot Engine es una herramienta muy interesante para aplicar en la educación. No hemos hecho siquiera mención a sus requerimientos técnicos para ejecutarse, que son muy básicos, ya que no requiere tener una computadora muy potente para ejecutarse, ni tampoco pide registro de ningún tipo. Solamente es un archivo descargable que pesa poco más de 90 MB y ni siquiera se instala. En contrapartida, tenemos a sus rivales, como Unity o Unreal Engine, sumamente pesadas y con condiciones draconianas para el uso.

Más algo debe quedar en claro. Es imposible forzar el aprendizaje de estas herramientas en el aula. Los docentes no damos a basto. Nos pagan mal y nos exigen de todos lados. Seguir sumando horas dentro del aula es un despropósito. Hay que trabajar por fuera del aula, en espacios como los Conectar Lab, que poseen líneas didácticas y pedagógicas muy bien delineadas y armadas. Pero para eso se requieren perfiles docentes y perfiles técnicos-docentes. Los primeros sobran, los segundos escasean.

Es sumamente necesario que existan más espacios como los Conectar Lab. Las realidades provinciales son muy distintas: probablemente un niño de CABA o del AMBA tenga muchas mas oportunidades de conseguir algún taller de videojuegos en el marco de experiencias educativas no formales que un chico de Misiones o Jujuy.

Lamentablemente estamos en un momento del país en que estas políticas probablemente caigan o sean completamente desfinanciadas. No solo las políticas sino también los docentes y talleristas que trabajamos en estos espacios. Nuestros sueldos son pagados por la provincia, y en este caso puntual es un sueldo de hambre. ¿Se puede tener educación de calidad o, como dicen en Misiones, “Educación disruptiva” si un docente cobra 161 mil pesos? Claramente no.

Finalmente, viva Godot, el Software Libre y Conectar Igualdad. La verdadera Comunidad Organizada es aquella que pone sus conocimientos al servicio de su Comunidad en pos de verla crecer y prosperar. Quienes venimos de la militancia del software libre lo tenemos bastante en claro. como dicen en Misiones, “Educación disruptiva” si un docente cobra 161 mil pesos? Claramente no.

Finalmente, viva Godot, el Software Libre y Conectar Igualdad. La verdadera Comunidad Organizada es aquella que pone sus conocimientos al servicio de su Lamentablemente estamos en un momento del país en que estas políticas probablemente caigan o sean completamente desfinanciadas. No solo las políticas sino también los docentes y talleristas que trabajamos en estos espacios. Nuestros sueldos son pagados por la provincia, y en este caso puntual es un sueldo de hambre. ¿Se puede tener educación de calidad o,## Experiencias de implementación de Godot en proyectos educativos

Comunidad en pos de verla crecer y prosperar. Quienes venimos de la militancia del software libre lo tenemos bastante en claro.

 
Leer más...

from periodismo para divertirse

Sebusca

Las calles son nuestras

“Nos ganaron la calle online y nos acorralaron acá” se escuchó decir a Rodrigo Aranda, presidente de multimedios SAPEM, hermano de Ramiro Aranda, dos de los tantos miembros de la familia de la renovación que fueron encerrados en la Legislatura por una multitud de docentes gritando a viva voz su reclamo: basta de hambre y miseria planificada.

Tamaña y potente concentración se realizó hoy luego de las 18 hs en la entrada de la Legislatura misionera. Centenares de docentes se reunieron tras marchar por el centro en una jornada que fue intensa. Durante la mañana cortes por toda la ruta 12 y 14: ni la la lluvia, el frío, la humedad o los gendarmenes rápidos de lengua pudieron contra el grito de los y las trabajadoras. Mal que les pese a aquellos periodistas prebendarios que editorializan con la tuya desde la TV o un canal de YouTube, las bases docentes están batallando y en todos los frentes.

Ensobrados

Precisamente ayer las bases orgánicas, es decir, maestras, maestros, profesoras, en fin, trabajadores de la educación organizados detectaron que el vicegobernador estaría presente en uno de esos pomposos canales de streaming pagados obviamente con la nuestra. Ejerciendo siempre el derecho ciudadano a la libertad de expresión, una horda de docentes se sumaron al chat a dejar sus comentarios sobre la reunión. Por supuesto, sabemos que de parte de las compañeras se pudo haber escapado algún comentario soez, un improperio, o quizás uno que otro comentario subido de tono en medio de aquel intercambio de ideas. Pero nada grave dado la situación. La cuestión es que el señor Spinelli huyó de la escena casi provocando un accidente con un motociclista.

Sacando por supuesto las apreciaciones personales que me refiera una persona que utilice gigantesco vehículo en una zona urbana, obviando las claras dudas que me genera un joven con una camioneta tan costosa, debemos decir que tanto Spinelli, como Safrán, Aranda y el resto de los funcionarios públicos no pueden dar la cara ni mucho menos la nuca frente a la docencia porque tienen miedo. Se confirma y se cae de maduro. Una Docencia Organizada puede más que un ejercito de boludos. Y lo están demostrando.

¿Recuerdan si alguna vez se valló la Legislatura porque un grupo de docentes se junto para, en primer instancia, pedir que sus representantes den la cara, y en segunda instancia o en simultaneo, putearlos? Como ciudadanos tenemos derecho a peticionar ante las autoridades y estas deben rendir cuentas ante nosotros pero, qué pasa, ¿tienen miedo? El miedo mata la mente, dicen unas brujas sabias, a ellos los paralizó, a nosotros nos movilizó: el miedo al hambre y la miseria, el miedo a no llegar a pagar las cuentas, a decirle que no a nuestros hijos. El miedo te puede transformar en un cagón o en un valiente.

Sepan entender los cambios de primera a tercera persona en esta crónica: esto es un periodismo ejercido desde una de las libertades más liberales que existen: la libertad de prensa. Ellos no la conocen: ni los amos, ni los ensobrados. En estos casos, más que un derecho es un deber ciudadano al que todos debemos contribuir.

Vallas-en-el-ortho

Mientras tanto la lucha continúa. El lunes es la mesa salarial donde dirán un número finiquitado, como vienen repitiendo en todos los medios. Si no dan la cara y lloran falta de fondos, lejos estamos de creer que lo que ofrezcan nos sacara de esta miserable existencia. Aunque escondan las reuniones, aunque quieran ir a la mansión de Rovira a tranzar con UDPM, o crucen a la isla del medio, estaremos donde sea que estén.

Si quieren desescalar y solucionar el conflicto hagan lo que tengan que hacer: pongan la cara y abran la billetera, porque plata hay.

Safrán-Cagon

 
Leer más...

from periodismo para divertirse

Safrán y Aranda se esconden, los docentes marchan

Este lunes que pasó docentes, profesores y trabajadores de la educación de toda la provincia se dieron cita en la Plaza 9 de Julio de la ciudad de Posadas para participar de la reunión convocada. Las bases esperaban al ministro de hacienda, Adolfo “no hay plata” Safrán y también a su par de educación Ramiro Aranda. Niguno dio la cara y mucho menos la nuca. “El miedo mata la mente” dicen unas brujas muy sabias, ¿será que el cagazo los paraliza?

Alrededor de las 9 de la mañana el centro posadeño se fue poblando de colegas docentes que venían desde varios puntos de la provincia: Montecarlo, Candelaria, Iguazú, Jardín América, Garupa, en fin, desde cualquier punto en el que se hubieran podido organizar para llegar. Porque no nos olvidemos, estamos a mitad de mes y con un sueldo de miseria, apenas si se llega al día 10, ¿cómo se hace para viajar cuando no hay un peso? Organización y resistencia, nada más y nada menos. De esta manera fue que se copó la plaza, no lo digo yo, las imágenes y videos hablan por si solas.

Pero vamos a los hechos. La reunión pautada fue un fiasco total. Ni Safrankstein ni Aranda se animaron a aparecer. Solo enviaron funcionarios de tercera o cuarta línea que no podían responder nada, mucho menos firmar, y que apenas podían mirar a la cara a las docentes que gritaban a viva voz que no les alcanza para comer. En ese sentido, Carlos Lezcano fue lapidario: “un docente con un cargo es indigente, un docente con dos cargos es pobre.”

Mientras tanto, ¿qué sucedía en el mundo de la educación disruptiva? Nada, por supuesto. Safrán se hallaba a un par de kilómetros, tomando examen en la universidad. ¿Qué onda esos estudiantes que tienen frente al inventor del “no hay plata”? ¿Son los mismos estudiantes que colmaron las calles en la marcha universitaria?¿Saben que ese señor es responsable de la miseria generalizada de la docencia misionera? Seguro que lo saben pero me pregunto si en clases de macroeconomia o lo que sea que dé el señor ministro explica que la billetera renovadora está abultada gracias al hambre de los docentes, entre otros hambreados y curros varios, claro. ¿Será que algún avispado alumno se animará a hacerle preguntas sobre la microeconomía misionera? Y el otro muchacho, ¿Aranda, dónde estaba? Ni idea, boludeando en Instagram como siempre, ¿qué otra cosa saber hacer?

Mientras los docentes esperaban y esperaban. La discusión se ponía más acalorada, es probable que se hayan dicho algunos improperios o comentarios soeces pero la única verdad es la realidad: a los docentes los hambrean. Los medios dan la espalda completamente o desinforman, salvando honrosas excepciones. Es decir, ni siquiera tienen los docentes la posibilidad de dar a conocer la realidad que los afecta, porque no hay medios que cubran la situación, y si lo hacen, lo hacen desde los jugosos sobres de la Renovación. Por si algún caído del catre no entiende, por sobre me refiero a dinero ensobrado, es decir, plata envuelta dentro de un sobre, sea este físico o digital, que es enviada de forma legal o ilegal, a los medios de comunicación para plantear qué se puede decir y que no. Lo que se dice prensa adicta, básicamente. Se entiende que sea una prensa adicta, sino miren a Misiones Online, ¡ya se declararon seguidores de Milei! Por eso entendemos a Aranda y Safrán, siguen las ordenes del patrón de la Casa Rosada: “no hay plata”.

El miedo te puede paralizar pero también puede tener el efecto contrario. Tengo miedo de enfermarme de dengue, entonces descacharrizo y uso repelemte. Tengo miedo de la existencia miserable a la que me condenan, entonces me movilizo. Tengo miedo de encarar a los docentes, entonces me escondo. Los y las docentes ya no tienen miedo, lo transformaron en un arma a su favor. Algunos colegas todavía fingen demencia y hacen como que nada pasa. ¿En qué planeta viven? Quizás están embelesados por el mundo hermoso,blanco, puro y rubio de Canal 12. No los culpamos, ya la van a ver. Tampoco culpo a otros colegas que tienen miedo a un corte en la calle, a un corte de ruta. ¿Tienen miedo a quedar pegados como revoltosos, violentos? ¡El hambre y la miseria planificada es la peor de las violencias a las que nos pueden someter!

Además, ¿saben quienes generan más violencia que una simple maestra diciendo que tiene hambre? Los medios y el ministro Aranda. Por ejemplo, miremos a este pasquín de cuarta:

Pasquin

¿Cuál es el sentido de mentir tan descaradamente? ¿Acaso así los sobres vienen más grandes? Si leen la nota, además, verán que achacan los problemas al gobierno nacional, pero, ¡si los medios oficialistas mencionan que los libertarios son parte del gobierno renovador! Ojo, quizás a este medio el sobre le llegó tarde. Pero otro hecho violento sucedió esta mañana, mientras el ministro Aranda dio una nota a la radio República, en la que dijo:

  • El docente misionero tiene que entender que trabaja 4 horas mientras en otras provincias hacen 5.
  • Siempre buscamos mejorar el sueldo. Ya tuvieron 3 aumentos en lo que va del año.
  • Todo se puede reparar desde el diálogo y no con personas violentas.
  • A fin de mes quédense tranquilos que va a haber aumento.

¡Pero la puta, menos mal que habrá aumento, ahora si eh! Pero esperen, vamos por algunos puntos. Por un lado, el primer punto es bastante falso: eso se refiere a una normativa de la nación de extender una hora más la jornada escolar, pero no aplica a todos los distritos y muchos están dando marcha atrás con eso. Tanto en CABA como en PBA no aplica y además, eso no significa que por trabajar 4 hs te paguen un sueldo por debajo de la línea de indigencia. De los tres aumentos mencionados, qué decir, si a menos de un 10% le llaman aumento… Ahora bien, lo de “personas violentas”. ¿La verdad es violenta? Bueno, la verdad es mas dura que la realidad y chocarte contra algo duro debe doler. Violencia es mentir. Violencia es hambrear. Violencia es ensobrar medios. Violencia es condenarnos a la miseria.

 
Leer más...

from Remy

El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados, y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla.

Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.

Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.

El hombre intentó mover la cabeza, en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia.

La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.

Pero entre el instante actual y esa postrera espiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún!

¿Aún…? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo.

Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura.

Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevenido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?

Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.

El hombre resiste —¡es tan imprevisto ese horror!— y piensa: Es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿No es acaso ese bananal su bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven… Es la calma del mediodía; pronto deben ser las doce.

Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar…

¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa?

¡Pero sí! Alguien silba… No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo… Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando… Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.

¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo…

Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: se muere.

El hombre, muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media… El muchacho de todos los días acaba de pasar sobre el puente.

¡Pero no es posible que haya resbalado…! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre.

¿La prueba…? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo, en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Y ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.

… Muy fatigado, pero descansa sólo. Deben de haber pasado ya varios minutos… Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá!

¿No es eso…? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo…

¡Qué pesadilla…! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.

… Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos.

Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver, desde el tajamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla, descansando, porque está muy cansado…

Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas —¡Piapiá!— vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido. Que ya ha descansado.

 
Read more...

from Remy

Una noche sombría de otoño. El viejo banquero recorría su despacho de un extremo al otro, recordando una velada que había dado quince años antes, también en otoño. Habían acudido a ella muchos hombres inteligentes y se habían entablado interesantes conversaciones. Entre otras cosas se habló de la pena de muerte. La mayoría de los invitados, entre los que se contaban no pocos sabios y periodistas, se manifestó en contra. La consideraban una forma de castigo anticuada, inmoral e impropia de un Estado cristiano. En opinión de algunos de los presentes, debería sustituirse en todas partes por la cadena perpetua.

–No estoy de acuerdo con ustedes –dijo el anfitrión–. No he probado la pena de muerte ni la cadena perpetua, pero, si se puede juzgar a priori, la pena de muerte me parece más moral y más humana que el confinamiento. La ejecución mata de golpe, mientras la reclusión perpetua lo hace poco a poco. ¿Qué verdugo es más humano, el que acaba con vosotros en unos minutos o el que os va arrancando la vida en el transcurso de varios años?

–Uno y otro supuesto son igualmente inmorales –apuntó uno de los invitados–, puesto que persiguen un único y mismo fin: privar de la vida. El Estado no es Dios. No tiene derecho a quitar lo que, en caso de quererlo, no podría restituir.

Entre los presentes se encontraba un joven de unos veinticinco años, abogado. Cuando le requirieron su opinión, dijo:

–Tan inmoral es la pena de muerte como la cadena perpetua, pero si me dieran a elegir entre una y otra, me decantaría, sin duda, por la segunda. Cualquier forma de vida es mejor que la muerte.

Se produjo una animada discusión. El banquero, que entonces era más joven e impulsivo, perdió de pronto la compostura, dio un puñetazo en la mesa y gritó, dirigiéndose al joven abogado:

–¡Mentira! Me apuesto dos millones a que no sería usted capaz de pasar cinco años recluido.

–Si habla usted en serio –respondió el abogado–, apuesto a que aguantaría no sólo cinco, sino quince.

–¿Quince? ¡Está bien! –gritó el banquero–. ¡Señores, pongo dos millones!

–¡De acuerdo! ¡Usted pone dos millones y yo mi libertad! –dijo el abogado.

¡Y esa brutal e insensata apuesta quedó sellada! El banquero, hombre mimado por el destino y de espíritu ligero, que en aquella época no habría podido contar todos sus millones, estaba encantado con la apuesta. Durante la cena bromeó con el abogado y dijo:

–Reflexione, joven, antes de que sea demasiado tarde. Para mí dos millones no son nada, mientras usted se arriesga a perder tres o cuatro de los mejores años de su vida. Digo tres o cuatro porque no aguantará usted más. No olvide tampoco, desdichado, que la reclusión voluntaria es mucho más penosa que la forzosa. La idea de que en todo momento tiene usted derecho a recobrar la libertad le envenenará la vida en su celda. ¡Me da usted lástima!

Ahora el banquero, mientras recorría la habitación de un extremo al otro, recordaba esos acontecimientos y se preguntaba:

«¿Qué sentido tiene esa apuesta? ¿Qué utilidad puede derivarse del hecho de que el abogado pierda quince años de vida y yo derroche dos millones? ¿Va a demostrarle eso a la gente que la pena de muerte es peor o mejor que la cadena perpetua? No y no. Es una tontería y un sinsentido. Por mi parte sólo fue un capricho de hombre acaudalado y por la suya simple ansia de dinero.»

Luego rememoró lo que había sucedido después de aquella velada. Se decidió que el abogado cumpliera su plazo de reclusión bajo la más estricta vigilancia en uno de los pabellones construidos en el jardín del banquero. Se estipuló que durante quince años no tendría derecho a atravesar el umbral, ni a ver a nadie, ni a escuchar voces humanas, ni a recibir cartas y periódicos. Se le permitía tener un instrumento musical, leer libros, escribir cartas, beber vino y fumar. Según las condiciones del acuerdo, sólo podía relacionarse con el mundo exterior en silencio, a través de un ventanuco practicado ex profeso para cumplir ese cometido. Cualquier cosa que necesitara, libros, partituras, vino y demás, le sería procurada mediante petición escrita, en las cantidades que solicitara, pero sólo a través del ventanuco. El pacto preveía todos los detalles y minucias que aseguraban el rigor de la reclusión y establecía que el abogado debía permanecer encerrado exactamente quince años, desde las doce del 14 de noviembre de 1870 hasta las doce del catorce de noviembre de 1885. La menor tentativa de adelantar ese plazo, aunque sólo fuera un par de minutos, liberaba al banquero de la obligación de pagarle los dos millones.

Durante el primer año, el abogado, por lo que sus breves notas dejaban traslucir, había sufrido los fuertes embates de la soledad y el tedio. A todas horas, tanto de día como de noche, salían del pabellón acordes de piano. Rechazaba el vino y el tabaco. El vino, escribía, despierta los deseos, y los deseos son los principales enemigos del preso; además, no hay nada más aburrido que beber un buen vino en soledad. En cuanto al tabaco, enrarecería el aire de la habitación. Durante el primer año requirió ante todo libros de carácter ligero: novelas con complicadas intrigas amorosas, relatos policíacos y fantásticos, comedias, etc.

Durante el segundo año la música enmudeció en el pabellón y el abogado sólo pedía en sus billetes obras de autores clásicos. En el quinto volvieron a oírse acordes musicales y el preso solicitó vino. Los que lo observaban a través del ventanuco dijeron que se había pasado todo el año tumbado en la cama, comiendo, bebiendo, bostezando y conversando consigo mismo con aire irritado. Ya no leía libros. A veces, por la noche, cogía la pluma y pasaba largo rato escribiendo, pero por la mañana lo rompía todo en pedazos. Más de una vez se le oyó llorar.

En la segunda mitad del sexto año el prisionero empezó a ocuparse con asiduidad del estudio de idiomas, de la filosofía y de la historia. Se consagró con tanto afán a esas disciplinas que el banquero apenas tenía tiempo de encargarle los libros. En el transcurso de cuatro años se solicitaron, por petición suya, cerca de seiscientos volúmenes. En ese período de entusiasmo el banquero recibió de su prisionero, entre otras cosas, la siguiente carta: «¡Mi querido carcelero! Le escribo estas líneas en seis idiomas. Enséñeselas a personas entendidas. Que las lean. Si no encuentran ni un solo error, le ruego que haga disparar una escopeta en el jardín. Ese disparo me dirá que mis esfuerzos no han sido infructuosos. Los genios de todos los siglos y países hablan en distintas lenguas, pero en todos ellos arde la misma llama. ¡Ah, si supiera usted la celestial felicidad que embarga ahora mi alma al poder comprenderlos!». El deseo del prisionero fue satisfecho. El banquero ordenó efectuar dos disparos de fusil en el jardín.

Luego, después del décimo año, el abogado se sentaba inmóvil ante el escritorio y sólo leía los Evangelios. Al banquero le pareció extraño que un hombre que había devorado en cuatro años seiscientos sesudos ejemplares, empleara cerca de un año en la lectura de un libro no muy grueso y de fácil comprensión. A los Evangelios los sustituyeron la historia de las religiones y la teología.

Durante los dos últimos años de confinamiento el prisionero leyó una enorme cantidad de libros, sin discriminación alguna. Tan pronto se ocupaba de las ciencias naturales, como pedía obras de Byron o Shakespeare. A veces enviaba notas en las que solicitaba que le proporcionaran al mismo tiempo manuales de química y de medicina, una novela y algún tratado filosófico o teológico. Sus lecturas evocaban la imagen de un náufrago que nadara entre distintos pecios y, deseando salvar la vida, se agarrara con avidez tan pronto a uno como a otro.

 

 

El viejo banquero, al evocar esos recuerdos, pensaba:

«Mañana a las doce recobrará la libertad. Según el acuerdo, tendré que pagarle dos millones. Si lo hago, todo estará perdido: me quedaré completamente arruinado…»

Quince años antes no llevaba la cuenta de sus millones; ahora no se atrevía a preguntarse en qué era más pródigo, si en dinero o en deudas. Frenéticas inversiones en bolsa, especulaciones arriesgadas y una impetuosidad de la que no había podido desembarazarse ni siquiera en la vejez fueron llevando poco a poco la ruina a sus negocios, y el ricachón impávido, seguro de sí mismo y orgulloso acabó convirtiéndose en un banquero de segunda fila, que temblaba ante cada alza o baja de los valores.

–¡Maldita apuesta! –farfulló el anciano, llevándose las manos a la cabeza con desesperación–. ¿Por qué no ha muerto ese hombre? Sólo tiene cuarenta años. Va a llevarse mis últimos ahorros, se casará, disfrutará de la vida, invertirá en bolsa, mientras yo, como un pordiosero, lo contemplaré con envidia cada día y escucharé de sus labios la misma frase: «Le debo la felicidad de mi vida, déjeme que le ayude». ¡No, es demasiado! ¡Lo único que puede salvarme de la bancarrota y la deshonra es la muerte de ese hombre!

Dieron las tres. El banquero aguzó el oído: en la casa todos dormían y sólo se oía el rumor de los ateridos árboles más allá de las ventanas. Tratando de no hacer ruido, sacó de la caja fuerte la llave de la puerta que había permanecido cerrada durante quince años, se puso el abrigo y salió de la casa.

En el jardín reinaban el frío y la oscuridad. Llovía. Un viento destemplado y húmedo aullaba por todo el jardín y no daba tregua a las ramas. Por mucho que forzó la vista, el banquero no veía el suelo, ni las blancas estatuas, ni el pabellón, ni los árboles. Al aproximarse al lugar donde se levantaba el pabellón, llamó dos veces al vigilante. No obtuvo respuesta. Era evidente que se había resguardado del mal tiempo y que en esos momentos dormía en algún rincón de la cocina o del invernadero.

«Si tengo ánimo suficiente para llevar a cabo mi plan –pensaba el anciano–, las sospechas recaerán ante todo en el guardián.»

En medio de la oscuridad, buscó a tientas los peldaños y la puerta, entró en el vestíbulo del pabellón; luego, también a tientas, ganó un pequeño pasillo y encendió una cerilla. En el lugar no había ni un alma. Vio un lecho sin sábanas y la sombra negra de una estufa de hierro fundido en un rincón. Los sellos en la puerta que conducía a la habitación del prisionero estaban intactos.

Cuando la cerilla se apagó, el anciano, temblando de emoción, miró por el ventanuco.

Una vela derramaba una luz incierta en la habitación del prisionero, que estaba sentado ante la mesa. Sólo se veían su espalda, sus cabellos y sus brazos. La mesa, los dos sillones y la alfombra que había junto a la mesa estaban cubiertos de libros abiertos.

Pasaron cinco minutos sin que el prisionero cambiara de postura. Quince años de reclusión le habían enseñado a mantenerse inmóvil. El banquero golpeó con un dedo en el ventanuco, pero el prisionero no respondió con ningún gesto. Entonces el banquero retiró con cuidado los sellos e introdujo la llave en la herrumbrosa cerradura, que emitió un gemido; luego la puerta rechinó. El banquero creía que no tardaría en oír un grito de asombro y un rumor de pasos, pero pasaron dos o tres minutos sin que el silencio de la pieza sufriera la menor alteración. El anciano decidió entrar.

Ante la mesa estaba sentado un hombre que guardaba pocas semejanzas con las personas normales. Era un esqueleto recubierto de pellejo, con largos rizos femeninos y una barba desgreñada. Tenía la tez amarillenta, con un matiz terroso, mejillas hundidas, una espalda larga y estrecha, y la mano que sostenía la hirsuta cabeza era tan fina y delgada que hasta daba miedo mirarla. En sus cabellos plateaban ya las canas; al ver su rostro avejentado y demacrado, nadie habría creído que sólo tenía cuarenta años. Dormía… Sobre la mesa, ante la cabeza inclinada, había una hoja de papel cubierta de una letra menuda.

«¡Pobre hombre! –pensó el banquero–. ¡Duerme y probablemente sueña con los millones! Si cojo a este semicadáver, lo arrojo sobre el lecho y le aprieto un poco la boca con la almohada, ni siquiera el peritaje más concienzudo encontrará señal alguna de muerte violenta. Pero veamos primero lo que ha escrito.»

El banquero cogió la hoja de la mesa y leyó lo siguiente:

 

Mañana a las doce recobraré la libertad y el derecho a relacionarme con los hombres. Pero antes de abandonar esta habitación y volver a contemplar la luz de sol, considero indispensable decirle algunas palabras. Con la conciencia tranquila y ante Dios, que me está viendo, declaro que desprecio la libertad, la vida, la salud y todo lo que en vuestros libros se denomina «bienes de este mundo».

Durante quince años he estudiado con atención la vida terrenal. Es verdad que no he visto el mundo ni a los hombres, pero en vuestros libros bebía vinos aromáticos, entonaba canciones, vagaba por los bosques en pos de ciervos y jabalíes, amaba a las mujeres… Beldades etéreas como nubes, creadas por la magia de vuestros más geniales poetas, me visitaban por la noche y me susurraban cuentos maravillosos que me embriagaban. En vuestros libros escalaba las cimas del Elbruz y del Mont Blanc, y desde ellas veía cómo salía el sol por la mañana y por la tarde inundaba de purpúreo oro el cielo, el océano y las cumbres de las montañas; desde esas alturas veía cómo brillaba el relámpago sobre mi cabeza, desgarrando las nubes; veía verdes bosques, campos, ríos, lagos, ciudades; escuchaba el canto de las sirenas, el tañido del caramillo de los pastores, palpaba las alas de hermosos demonios que volaban hacia mí para hablarme de Dios… En vuestros libros me arrojaba a precipicios insondables, hacía milagros, mataba, incendiaba ciudades, predicaba religiones nuevas, conquistaba reinos enteros…

Vuestros libros me concedieron la sabiduría. Todo lo que el infatigable genio humano ha creado en el transcurso de los siglos se halla comprimido dentro de mi cerebro como una pequeña bola. Sé que soy más inteligente que todos vosotros.

Y desprecio vuestros libros, desprecio todos los bienes del mundo y la sabiduría. Todo es insignificante, perecedero, ilusorio y engañoso como un espejismo. Por muy orgullosos, sabios y apuestos que seáis, la muerte os borrará de la faz de la tierra como si fuerais topos y vuestra descendencia, vuestra historia y la inmortalidad de vuestros genios se congelarán o se carbonizarán con el globo terrestre.

Habéis perdido la razón y no seguís el buen camino. Tomáis la mentira por verdad y la fealdad por belleza. Cómo os sorprenderíais si, por un concurso de circunstancias, los manzanos y los naranjos, en lugar de rendir sus frutos, produjeran de pronto ranas y lagartos, o las rosas olieran a sudor de caballo; del mismo modo me sorprendo yo de que hayáis trocado el cielo por la tierra. No quiero comprenderos.

Para demostraros con un hecho el desprecio que siento por vuestra vida, renuncio a los dos millones, con los que antaño soñé como si fueran el paraíso y que ahora desdeño. Para privarme de todo derecho a ellos, saldré de aquí cinco horas antes del plazo establecido, rompiendo de ese modo nuestro convenio…

 

Tras leer esas líneas, el banquero dejó la hoja en la mesa, besó la cabeza de ese hombre estrafalario, se echó a llorar y salió del pabellón. Nunca en su vida, ni siquiera después de haber perdido fuertes sumas en la bolsa, había sentido tanto desprecio de sí mismo como en aquel instante. De vuelta en su habitación, se tumbó en la cama, pero durante largo rato la emoción y las lágrimas le impidieron dormir…

A la mañana siguiente los vigilantes, con rostros demudados, llegaron corriendo para informarle de que habían visto cómo el hombre del pabellón se descolgaba por la ventana al jardín, se dirigía a la cancela y desaparecía. Sin pérdida de tiempo, el banquero se encaminó al pabellón en compañía de los criados y constató la huida del prisionero. Para no despertar rumores innecesarios, cogió la declaración de renuncia de la mesa y, al regresar a la casa, la guardó en la caja fuerte.

Fin.

 
Read more...

from periodismo para divertirse

Fue una semana movida para la docencia misionera y su punto álgido fue la noche del jueves 9 y la mañana-tarde del viernes. El día del paro nacional muchísimas escuelas marcharon hacia la legislatura a hacerse escuchar; el viernes, otro grupo interceptaría la “reunión secreta” de la mesa salarial.

Así funcionan las cosas en la famosa Tierra sin Mal: diputados provinciales que deben salir de la legislatura escoltados por miedo al escarnio, como si de otro lado hubiera una turba violenta y asesina. ¿Será que tienen miedo a las puteadas que puedan recibir? Nadie les iba a violentar físicamente, aunque las ganas sobraran. Eran colegas civilizados, docentes, maestras que los iban a insultar pero con mucho respeto, como hacemos las cosas acá. Ahora, si para bajar de la legislatura y no aguantarte una mísera puteada, tienen que salir con guardaespaldas, ¿será que son tan cagones o tienen el culo tan sucio que no pueden enfrentar a una respetuosa turba de docentes?

La cosa es que igualmente algún diputado que otro salió y dio la cara y la nuca. En medio de la conversación entre él y una maestra es cierto que se pudo haber vertido algún comentario soez, algún que otro improperio, pero entiendan, ¡237 mil pesos cobra esa colega! Hay que ser cara dura para decir que hay grupos de docentes violentos en el reclamo. No es una apreciación mía, según El territorio, por ejemplo:

Territorio

Es fácil editorializar en un diario cuando no firmas la nota y además recibís un sobre de la Renovación., ¡así cualquiera hace periodismo,viejo! Lo único violentado es la existencia de la docencia misionera, que se la condena a la miseria con salarios que están muy por debajo de la línea de indigencia. De todas maneras, se entiende lo que le sucede a este pasquín casi centenario, porque es lo que le sucede a gran parte de los medios públicos misioneros: están cooptados por la billetera y el excel de Safrán, digamos todo. Y hablando de guita, porque en definitiva, la lucha principal ahora es por el miserable salario, la plata está. O sea digamos, no lo dice solamente Carlos Lezcano, también lo dice ámbito financiero. ¿Será que están esperando que Misiones Online también lo diga? Misiones arregló con Milei, eso se sabe desde hace tiempo, y no lo digo para hablar de rosca política, sino en el sentido práctico: Nación envió la plata, nunca dejó de enviarla. Acá se la fueron comiendo, como paso con la garantía y FONID de noviembre y diciembre del año pasado.

Pero las bases no tienen sobres ni cargos en el Sillicon: las bases tienen hambre y ganas de pelear, dos combinaciones que se potencian mutuamente. Con este salario no queda nada por perder y todo por intentarlo, es la realidad. Por eso, por más que hayan escondido la reunión salarial que tuvieron el viernes, la data se supo. Decenas de docentes, a pie, en auto, en moto, como sea, se movilizaron desde el CGE, donde creían sería la reunión, hasta el Cuarto Tramo, al enterarse que la mesa salarial se haría en el Ministerio de Cambio Climático (Nota del Editor: para lectores no misioneros, no, no es joda, hay un ministerio de cambio climático). Safrán, conocido por haber inventado el “no hay plata” desde antes que naciera Karina Milei, escuchaba atónito las propuestas de una de las compañeras: elevar el cargo testigo, es decir, el cargo de maestra de grado sin antigüedad, al costo de una canasta básica alimenticia, unos 630 mil pesos. Aranda también parecía estar aunque solo físicamente: en su mente estaba pensando “¡por qué acepté esto la concha de dios!”.

Dicen las malas lenguas que para esa reunión el gobierno ya tenía preparado un comodisimo 20-26% en tres cuotas, ya que los gremios amigos firman cualquier cosa mientras sus bases no se muevan. Lamentablemente para la patronal mafiosa, el sindicalismo entreguista y los medios ensobrados, las bases se mueven, porque si la convocatoria a mesa salarial hubiera sido realmente amplia, de esa reunión ningún funcionario se iba sin firmar como mínimo un 100% de aumento. ¿Cómo se explica que quienes participaron de esa mesa hayan aceptado recién volver a reunirse el 20 de mayo, cuando el 15 ya se liquidan los sueldos, por ende cualquier aumento que pudiese salir, no llegaría con el próximo haber? Yo sé que quiero hacer de esto una crónica imparcial, para nada tendenciosa, como si fuera una nota de canal 12, limpia, pura y rubia, pero colegas, quienes aceptaron patear la reunión para el 20 son cómplices o boludos, y espero que sean lo último. Les doy la derecha porque todavía no los conozco tanto. Pero igual después que no lloren cuando los engancha algún colega y le canta las cuarenta.

Lo cierto es que mañana hay reunión y las bases van a ir. O eso es lo que espero y creo que esperamos muchos docentes de la provincia. Todavía no tengo datos de la hora y el lugar, pero varios grupos de docentes, escuelas, autoconvocados, en fin, el nombre que quieran, están convocando a movilizar a las 9 hs en el centro de Posadas. Probablemente muchos colegas estén viajando a la medianoche/madrugada, otros a distintas horas, pero lo importante: todos movilizando. La organización es lo único que vence al tiempo y es una herramienta crucial para poder ganar la pulseada de esta pelea salarial. Si me preguntarán a mi, es decir, un simple ex docente, actualmente obrero del byte, solo puedo decir lo que ya dijeron las Manos de Filippi:

Los mejores, los únicos ¡los métodos piqueteros!

Es una respuesta poética, metafórica, no una expresión de deseos, no me malinterpreten. Lo que quiero decir es que la movilización docentes puede ser muy poderosa. La provincia cuenta con muchísimos educadores, al igual que personal de salud, que trabajan por migajas; la docencia es la más afectada, si, pero ¿y el jubilado provincial? ¡Piquete y cacerola, la lucha es una sola!

Safrankstein

Pero enfoquemonos. Hagamos un poco de futorología, mal que le pese al pelado reciclado de Adorni. Queremos suponer que mañana Safrán y Aranda darán la cara y la nuca ante las bases de docentes y que también se atreverán a dar una cifra. Quiero decir, que no arrugarán ante al pedido de los trabajadores ante la necesidad de solucionar la cuestión salarial que simplemente significa firmar unos papeles, porque la plata está. Está para los docentes, el personal de salud, los jubilados. Y si no está, que lo resuelvan, que la hagan aparecer que la saquen de los plazos fijos que tiene la provincia o alguno de los tongos que tiene el driver y sus secuaces. Solo espero que los compañeros puedan entrar y que Carlos Lezcano les explique sobre la billetera de la provincia a Safrankstein, ¿se animará? No sé, futurologia no hago y en la Tierra sin Mal cualquier cosa puede suceder.

 
Leer más...

from Laetus

En una democracia el ciudadano ejerce tres votos, al menos. El primero es el voto político, el que depositamos en las urnas durante las elecciones. El segundo es el económico. Cada vez que compramos un objeto, pudiendo comprar otro, o vemos un programa de televisión pudiendo ver otro, estamos diciendo: “Continúen produciendo esto, porque yo lo voy a consumir”. El tercer voto es el de la fama. Es importantísimo cuidar a quien se hace famoso, porque al hacerlo estamos proponiendo modelos para imitar.

Si premiamos a los sinvergüenzas, nos saldrán sinvergüenzas de debajo de las piedras. Hay formas sutiles de colaboracionismo. Por ejemplo, el escepticismo que lleva a la inacción. Es la actitud de quien parece estar de vuelta de todo sin haber ido a ningún sitio. Del que piensa que nada tiene solución y que es un despropósito intentar rebelarse. A estos dedicó Unamuno —en el prólogo de Vida de don Quijote y Sancho— un texto que enardeció mi adolescencia. Estaba recomendando la moral del caballero, la de quien sale a enderezar entuertos, y ante la protesta del escéptico que asegura que no hay nada que hacer, le da un puro consejo para arreglar el mundo. “¿Tropezáis con uno que miente? Gritarle ¡mentira! y ¡adelante! ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle ¡ladrón! Y ¡adelante!”. Ante la objeción del que dice que a pesar de ello no se borrarán la mentira ni el latrocinio, responde airado: “¿Quién ha dicho que no? La más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelanta con denunciar a un ladrón porque otros seguirán robando, que nada se adelanta con decirle en su cara majadero, porque no por eso la majadería disminuirá en el mundo”. Respecto de este texto, continúo siendo el adolescente que fui, porque me sigue conmoviendo.

 
Read more...

from Remy

Todas las tardes, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura, que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.

—¡Qué felices somos aquí! —se decían unos a otros.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido a visitar a su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

—¿Qué hacen aquí? —Surgió con su voz retumbante.

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

—Este jardín es mío. Es mi jardín propio —dijo el Gigante—; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Enseguida, puso un cartel que decía:

ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES.

Era un Gigante egoísta…

Los pobres niños se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente cómo habían sido felices allí

Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños, que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha que, observando que la Primavera se había olvidado de aquel jardín, estaban dispuestas a quedarse allí el resto del año…

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el viento del norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el viento del norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

—¡Qué lugar más agradable! —dijo—. Tenemos que decirle al granizo que venga a estar con nosotros también.

Y también llegó el granizo. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

Mientras tanto, el Gigante egoísta, al asomarse a la ventana de su casa, vio que su jardín todavía estaba cubierto de gris y blanco. Y pensó:

—No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí. Espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

—Es un gigante demasiado egoísta —decían los frutales.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguero que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el granizo detuvo su danza, y el viento del norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

—¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera —dijo el Gigante y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.

—¡Sube a mí, niñito! —decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

—¡Cuán egoísta he sido! —exclamó—. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.

Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.

—Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos —dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.

Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

—Pero ¿dónde está el más pequeñito? —preguntó el Gigante—, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.

—No lo sabemos —respondieron los niños—, se marchó solito.

—Díganle que vuelva mañana —dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían donde vivía y que nunca lo habían visto antes. El Gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes, al salir de la escuela, los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.

—¡Cómo me gustaría volverle a ver! —repetía.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

—Tengo muchas flores hermosas —se decía—, pero los niños son las flores más hermosas de todas.

Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno, pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.

Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…

Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín, había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría, el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño, notó que tenía heridas de clavos en las manos y en los pies. Su rostro enrojeció de ira y rugió:

—¿Quién se atrevió a herirte? Dímelo para tomar la espada y matarlo.

—¡No! —respondió el niño—. Son las heridas del amor.

—¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? —preguntó el Gigante. Un extraño temor lo invadió y cayó de rodillas ante el pequeño.

Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

—Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el mío, que es el Paraíso.

Cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir y estaba entero cubierto de flores blancas.

FIN.

 
Read more...

from Artilugios

Heridas de abandono

Hoy desperté con una sensación de estar completamente aislado del mundo; aunque esto no es del todo así sí es un poquito la verdad. Hace unos meses decidí eliminar mis redes sociales, todas excepto Whatsapp por cuestiones laborales. Esto me ha traído algunas consecuencias positivas y otras negativas. Comenzaré con las positivas:

  • Más consciente de mí mismo: He tenido la oportunidad de estar más presente para mí mismo. Siento que al no tener que atender constantemente a las notificaciones del celular puedo estar haciendo más cosas sin estar desviando constantemente mi atención.
  • Comunicación más significativa: Siento que ahora me comunico con mucha más profundidad con las personas, ya sea porque cada vez que se me ocurre decir algo no voy inmediatamente al celular para mandar un mensaje y decirlo o porque la ausencia de las personas hacen que valore más su presencia.

Antes de pasar a las partes negativas debo decir que descubrí que en gran medida traigo una herida de abandono que me ha hecho resentir más la sensación de aislamiento que nos viene a todes de vez en cuando. Cuando me siento aislado siento que es porque mis amistades me han abandonado, no les intereso por eso no me buscan, no les importa y un largo etc. Drama, drama y más drama.

Entonces, lo negativo de dejar las redes ha sido:

  • Sentirse fuera de sintonía: A veces mis amistades se enteran de inmediato de lo que alguien en nuestro grupo hizo, pero yo no me entero y no cacho tal vez los chistes locales o la situación hasta tiempo después.
  • Tener que esperar cuando se necesita apoyo: Muchas veces cuando estoy en un mal día ya no puedo recurrir con tanta facilidad a las personas y platicar en ese mismo instante en que la tristeza u otra emoción aparecen.

En parte también soy consciente que tampoco hago un esfuerzo tan consciente por buscar a las persona cuando estoy bien. Estuve analizando que también yo a veces me aislo de manera voluntaria y hay días en que me pega.

Lo que sí puedo decir es que, en general, me siento mucho más tranquilo sin ser parte del drama, pero sobre todo, de la velocidad de las redes sociales. Me he dado cuenta que mi mente se abruma fácilmente cuando es bombardeada por tanto contenido en tan poco tiempo.

Estoy ideando un poco como mantenerme más cercano a las personas que amo sin tener que recurrir a las redes centralizadas y privativas, tomando en cuenta que la mayoría de esas personas no quieren utilizar redes como Mastodon, Pixelfed o Bookwyrm.

Hoy fue un día en el que esa sensación de aislamiento me dolió, pero seguro mañana estaré mejor.

@guru@todon.eu

 
Read more...

from Remy

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes… No, decididamente no es este, more geométrico, el mejor modo de iniciar mi relato. Afirmar que es verídico es ahora una convención de todo relato fantástico; el mío, sin embargo, es verídico.

Yo vivo solo, en un cuarto piso de la calle Belgrano. Hará unos meses, al atardecer, oí un golpe en la puerta. Abrí y entró un desconocido. Era un hombre alto, de rasgos desdibujados. Acaso mi miopía los vio así. Todo su aspecto era de pobreza decente. Estaba de gris y traía una valija gris en la mano. En seguida sentí que era extranjero. Al principio lo creí viejo; luego advertí que me había engañado su escaso pelo rubio, casi blanco, a la manera escandinava. En el curso de nuestra conversación, que no duraría una hora, supe que procedía de las Orcadas.

Le señalé una silla. El hombre tardó un rato en hablar. Exhalaba melancolía, como yo ahora.

–Vendo biblias –me dijo.

No sin pedantería le contesté:

–En esta casa hay algunas biblias inglesas, incluso la primera, la de John Wiclif. Tengo asimismo la de Cipriano de Valera, la de Lutero, que literariamente es la peor, y un ejemplar latino de la Vulgata. Como usted ve, no son precisamente biblias lo que me falta.

Al cabo de un silencio me contestó:

–No solo vendo biblias. Puedo mostrarle un libro sagrado que tal vez le interese. Lo adquirí en los confines de Bikanir.

Abrió la valija y lo dejó sobre la mesa. Era un volumen en octavo, encuadernado en tela. Sin duda había pasado por muchas manos. Lo examiné; su inusitado peso me sorprendió. En el lomo decía Holy Writ y abajo Bombay.

–Será del siglo diecinueve –observé.

–No sé. No lo he sabido nunca –fue la respuesta.

Lo abrí al azar. Los caracteres me eran extraños. Las páginas, que me parecieron gastadas y de pobre tipografía, estaban impresas a dos columnas a la manera de una biblia. El texto era apretado y estaba ordenado en versículos. En el ángulo superior de las páginas había cifras arábigas. Me llamó la atención que la página par llevara el número (digamos) 40.514 y la impar, la siguiente, 999. La volví; el dorso estaba numerado con ocho cifras. Llevaba una pequeña ilustración, como es de uso en los diccionarios: un ancla dibujada a la pluma, como por la torpe mano de un niño.

Fue entonces que el desconocido me dijo:

–Mírela bien. Ya no la verá nunca más.

Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.

Me fijé en el lugar y cerré el volumen. Inmediatamente lo abrí. En vano busqué la figura del ancla, hoja tras hoja. Para ocultar mi desconcierto, le dije:

–Se trata de una versión de la Escritura en alguna lengua indostánica, ¿no es verdad?

–No –me replicó.

Luego bajó la voz como para confiarme un secreto:

–Lo adquirí en un pueblo de la llanura, a cambio de unas rupias y de la Biblia. Su poseedor no sabía leer. Sospecho que en el Libro de los Libros vio un amuleto. Era de la casta más baja; la gente no podía pisar su sombra, sin contaminación. Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen ni principio ni fin.

Me pidió que buscara la primera hoja.

Apoyé la mano izquierda sobre la portada y abrí con el dedo pulgar casi pegado al índice. Todo fue inútil: siempre se interponían varias hojas entre la portada y la mano. Era como si brotaran del libro.

–Ahora busque el final.

También fracasé; apenas logré balbucear con una voz que no era la mía:

–Esto no puede ser.

Siempre en voz baja el vendedor de biblias me dijo:

–No puede ser, pero es. El número de páginas de este libro es exactamente infinito. Ninguna es la primera; ninguna la última. No sé por qué están numeradas de ese modo arbitrario. Acaso para dar a entender que los términos de una serie infinita admiten cualquier número.

Después, como si pensara en voz alta:

–Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito estamos en cualquier punto del tiempo.

Sus consideraciones me irritaron. Le pregunté:

–¿Usted es religioso, sin duda?

–Sí, soy presbiteriano. Mi conciencia está clara. Estoy seguro de no haber estafado al nativo cuando le di la Palabra del Señor a trueque de su libro diabólico.

Le aseguré que nada tenía que reprocharse, y le pregunté si estaba de paso por estas tierras. Me respondió que dentro de unos días pensaba regresar a su patria. Fue entonces cuando supe que era escocés, de las islas Orcadas. Le dije que a Escocia yo la quería personalmente por el amor de Stevenson y de Hume.

–Y de Robbie Burns –corrigió.

Mientras hablábamos yo seguía explorando el libro infinito. Con falsa indiferencia le pregunté:

–¿Usted se propone ofrecer este curioso espécimen al Museo Británico?

–No. Se lo ofrezco a usted –me replicó, y fijó una suma elevada.

Le respondí, con toda verdad, que esa suma era inaccesible para mí y me quedé pensando. Al cabo de unos pocos minutos había urdido mi plan.

–Le propongo un canje –le dije–. Usted obtuvo este volumen por unas rupias y por la Escritura Sagrada; yo le ofrezco el monto de mi jubilación, que acabo de cobrar, y la Biblia de Wiclif en letra gótica. La heredé de mis padres.

–A black letter Wiclif –murmuró.

Fui a mi dormitorio y le traje el dinero y el libro. Volvió las hojas y estudió la carátula con fervor de bibliófilo.

–Trato hecho –me dijo.

Me asombró que no regateara. Solo después comprendería que había entrado en mi casa con la decisión de vender el libro. No contó los billetes, y los guardó.

Hablamos de la India, de las Orcadas y de los jarls noruegos que las rigieron. Era de noche cuando el hombre se fue. No he vuelto a verlo ni sé su nombre.

Pensé guardar el Libro de Arena en el hueco que había dejado el Wiclif, pero opté al fin por esconderlo detrás de unos volúmenes descabalados de Las mil y una noches.

Me acosté y no dormí. A las tres o cuatro de la mañana prendí la luz. Busqué el libro imposible, y volví las hojas. En una de ellas vi grabada una máscara. El ángulo llevaba una cifra, ya no sé cuál, elevada a la novena potencia.

No mostré a nadie mi tesoro. A la dicha de poseerlo se agregó el temor de que lo robaran, y después el recelo de que no fuera verdaderamente infinito. Esas dos inquietudes agravaron mi ya vieja misantropía. Me quedaban unos amigos; dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle. Examiné con una lupa el gastado lomo y las tapas, y rechacé la posibilidad de algún artificio. Comprobé que las pequeñas ilustraciones distaban dos mil páginas una de otra. Las fui anotando en una libreta alfabética, que no tardé en llenar. Nunca se repitieron. De noche, en los escasos intervalos que me concedía el insomnio, soñaba con el libro.

Declinaba el verano, y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas. Sentí que era un objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad.

Pensé en el fuego, pero temí que la combustión de un libro infinito fuera parejamente infinita y sofocara de humo al planeta.

Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta.

Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México.

FIN

 
Read more...

from Hijo de la galaxia

Traté de hacer de mi vida una gema perfectamente cortada

Hay algo que se anuncia en la noche en que las lágrimas rompen olas cuando las cuerdas de la garganta se arrastran por el eter de una habitación que huele a desgaste y humo.

Siendo niño mi madre me obligaba a obtener las mejores notas. decía que un 10 me hacía ver más hermoso de lo que ya era; que eso era lo que ella esperaba de mí. siempre el diezmo que pagaba a mi madre por su amor atolondrado. su amor a veces venía y a veces era difuso. Algunas veces estaba y otras veces se ensimismaba en su propia soledad.

Mi primera gastritis nerviosa vino a los 10 años. confundí el dolor en la boca del estómago con desgaste de insulina y me comí un pastel de chocolate en 10 minutos o menos, quizá más. jadeante recurrí a mi madre quien me llevó al médico: “eso que tienes no es hambre, chamaco. lo que tienes es una gastritis nerviosa. ¿algo que te someta a mucho estrés?” y yo miré a mi madre de reojo sabiendo que era ella, siempre ella la causante de todo mi estrés. “nada”, le dije al doctor.

10 años más tarde lidiaba con ataques de pańico constantes en la madrugada. sentía el aire de mis pulmones evaporarse y la carne se sentía débil, la cordura apunto de abandonar mi cuerpo y los hormigueos que anunciaban mi muerte. tanto tiempo viviendo bajo el mismo techo que mi madre me habían hecho temeroso de todo. tanta presión por ser esa entidad perfecta, un modelo a seguir...

la rebeldía propia de la adolescencia me llevó a alejarme de lo que mi madre esperaba de mí. a regañadientes tuvo que aceptar que su hijo quería dedicarse a las humanidades, que la mayor parte del tiempo era un desalineado y que ya no acataba sus consejos maternales. ardides, conflictos, regaños y amenazas.

otros 10 años más tarde salí de casa, al mundo real. ese mundo peligroso en donde ya no hay a quien culpar fuera de sí mismo. el terror de ser esa gema perfectamente cortada me llevó a enfrascarme en un trabajo y exigirme todo de mí. comprometido 24 7 con la causa, con la lucha por un mundo mejor: pero el silencio es cómplice de sí mismo y el terror a decepcionar a la madre sigue latente. cuestionar a la autoridad, eso sí que no: ellxs son los que saben y uno debe permanecer callado, siempre.

10 meses me tomó darme cuenta que mi salud física, mental, emocional estaba por acabar con todo lo que era preciado para mí. mi individualidad se fusionaba con los imperativos de la estructura. caminando a ciegas no dejaba de aferrarme a la supuesta perfección, al miedo al error y a la humillación social de no ser lo suficientemente bueno.

un buen día llegó una pandemia. y cuando regresé a mí mismo me di cuenta que no tenía idea de que era aquello que me causaba placer, goce, que era aquello que yo realmente deseaba. mi madre era la que deseaba que yo fuese alguien importante: un niño de dieces siempre en el cuadro de honor. el niño que yo era sólo ambicionaba jugar, ser creativo, disfrutar de las amistades y conocer cosas nuevas por el placer de conocerlas, no de responder un examen.

termina la pandemia, termina mi contrato laboral, termina la beca y la maestría y con todo ello termina la farsa. no más perfección. hora de elegir la vida. ¿pero qué es eso? 10 meses la pasé llorando, bebiendo, perdido y sin rumbo. un buen día mi cuerpo tomó una decisión: regresar a lo básico: cuando camines sólo camina, cuando respires sólo respira, cuando comas sólo come, cuando llores solo llora.

y una lista de pendientes le siguió a esa decisión: eliminar redes sociales, elimina lo no-esencial, elimina las ganas de ser alguien reconocido socialmente, elimina la necesidad de compartir tu vida como si fuera la mejor vida que cualquiera pudiese vivir, apaga el celular durante horas, sal a caminar por el placer de hacerlo y no para medir el número de pasos y de calorias, no acumules éxitos; vive, disfruta y suelta, no conviertas tu vida en un espectáculo a presumir.

ahora soy un hombre y no aparezco en ningún cuadro de honor, no gano reconocimientos ni me invitan a charlas públicas a montones. me conocen las plantas y los cactus, comparten conmigo sus dones, me conoce el sol, el cielo nublado cuando se desgrana sobre la tierra, me conocen unas cuantas personas y ahora prefiero mandarles un correo a usar el güats. todavía no logro que mi madre me conozca bien, todavía tengo miedo de que cuando me reconozca de verdad se decepcione al ver que no hay cuadro de honor; pero al menos me auto-reconozco y después de tantos años acumulados, ahora sólo quiero hacer de mi vida una vida que valga la pena tan sólo para mí y nadie más que para mí.

@guru@todon.eu

 
Read more...

from Laetus

Un home entra en un bar de Chicago a les cinc de la tarda i demana tres whiskys escocesos. No pas un després de l'altre, sinó tots tres alhora. El cambrer queda una mica parat per aquesta comanda tan inusual, però no diu res i dóna a l'home el que vol: tres whiskys escocesos, posats en fila a la barra. L'home se'ls beu d'un en un, paga i se'n va. L'endemà, apareix a les cinc i demana el mateix. Tres whiskys de cop. I l'endemà, i cada dia durant les dues setmanes següents. Finalment, la curiositat pot el cambrer. No em vull ficar on no em demanen, diu, però fa dues setmanes que ve i cada dia demana tres whiskys, i m'agradaria saber per què. La majoria els demana d'un en un. Ah, diu l'home, la resposta és molt senzilla. Tinc dos germans. L'un viu a Nova York i l'altre a San Francisco, i tots tres estem molt units. Per tal d'honrar la nostra amistat, tots anem a un bar a les cinc de la tarda, demanem tres whiskys i, en silenci, brindem a la salut dels altres, fent com si fóssim junts al mateix lloc. El bàrman assenteix amb el cap, finalment entenent el motiu d'aquest estrany ritual, i no hi pensa més. La cosa continua durant els quatre mesos següents. L'home apareix cada dia a les cinc i el cambrer li serveix tres whiskys. Fins que passa una cosa. Una tarda l'home arriba a l'hora habitual, però només demana dos whiskys. El cambrer es queda tot preocupat, i al cap d'una estona s'arma de valor i diu: No em vull ficar on no em demanen, però els últims quatre mesos i mig ha vingut i ha demanat tres whiskys. Ara en demana dos. Ja sé que no n'he de fer res, però espero que no passi res dolent a la seva família. No passa res, diu l'home, tan alegre i tan content com sempre. ¿Com és, doncs?, pregunta el cambrer. La resposta és senzilla, diu l'home. He deixat de beure.

 
Read more...

from Deivis Diaz

Se cierra el circulo

No es un secreto. Quien disiente del discurso oficial es señalado, perseguido y difamado. Son tiempos difíciles para mantenernos informados. No sabemos a ciencia ciencia cierta quien miente o dice la verdad. Pero sí sabemos que nuestros derechos más elementales de información son vulnerados de forma constante. La inminente aprobación de una identidad digital única en Europa es un hecho, las reformas venideras al CGPJ en España serán la punta del iceberg en cuanto a lo que nos viene en materia de regulaciones, todo esto con la finalidad de controlar y manejar el discurso público.

No existe peor injerencia que dejar al descubierto las verdades de quienes manejan lo público. Recordemos que el funcionaria do está a disposición del pueblo y no al revés. Es por ello que cualquier atisbo o asomo de crítica, duda o incluso consulta sea vista como un ataque, vejación y hasta amenaza.

Los ciudadanos nos encontramos con el derecho de mantenernos al tanto de que sucede o acontece, bien sea en materia económica, política y además jurídica. Mientras nos mantengamos entretenidos, adormecidos e indiferentes ante tales circunstancias, ¿como nos enfrentaremos dentro de poco a esta distopía que cada día tiene más visos de convertirse en una pesadilla?.

Es tal la magnitud de no contar con información que no se encuentre sesgada y manipulada, que no es de extrañar que muchos usuarios bien sea de prensa o mayoritariamente de redes crean a pie juntillas lo allí expresado por quienes dicen abanderarse con el poder de verificar que es verdad, mentira o bulo. Mientras nos mantengamos por ideologías, credos o fanatismos firmes en posiciones que nos dividen y no crean expectativas de crecimiento; mientras eso sucede, se firman pactos y acuerdos a nuestras espaldas que nos expolian de nuestros recursos, se manejan alianzas y aún así aplaudimos y apoyamos desde el balcón de nuestras casas las reformas cometidas para nuestro beneficio “voluntario”.

Vivimos inmersos en una doble moral donde la información discurre por dos caminos paralelos. Nos mantenemos entretenidos con nuestros aparatos móviles, creyendo que conocemos la “verdad” porque las diferentes plataformas que consumimos o ¿nos consumen? repiten el mismo discurso una y otra vez. Reconvertidos en críticos de todo tema posible, la verdad es que nos alejamos cada día del discurso productivo, del debate e incluso de la crítica constructiva.

Quien alega que todo tiempo pasado era mejor, hoy en día se encuentra más cerca de la verdad.

 
Read more...

from Reseñas no solicitadas

¿Quién le teme al género?

He terminado de leer el nuevo libro de Judith Butler. Le autore siempre ha tenido una manera de escribir fascinante y muy bien argumentada. De elle había leído algunos libros con anterioridad: Gender Trouble, Undoing Gender y Frames of War. Sus libros suelen ser muy densos filosóficamente y por ello mucha gente le rehúye a leerle directamente, y en parte, creo que por eso mucha gente malinterpreta su pensamiento teórico.

Debo admitir que he tenido ganas de leer alguna de sus entrevistas, pero, por alguna razón u otra siempre se me pasa hacerlo.

Una de las cosas que me llamó la atención ha sido que los capítulos están divididos por actores sociales que critican o censuran el tema de género. Esto hace muy fácil ir deshilvanando las diferentes posturas a nivel mundial sobre el tema y reconocer a algunos autores que, seguramente, conocemos bien en nuestros países de origen.

Hay dos ideas con las que yo me he quedado con respecto al libro:

  • La guerra contra la “ideología de género” juega actualmente un papel de invisibilización de los verdaderos procesos sociales, políticos y económicos que nos están llevando a crisis de diferente tipo y que el grueso de las poblaciones mundiales siente día con día.
  • El libre despliegue de nuestras identidades de género tiene todo que ver con la construcción de un cambio social radical. Butler no lo menciona, pero es evidente que elle negaría una visión economicista del cambio social.

Con respecto al primer punto, creo que no debemos tomar a la ligera el surgimiento de nuevas formas de fascismo o de derechas radicales en diferentes países. Esto ha llevado a una guerra contra la mal llamada “ideología de género” mucho más violenta, pero también ha intensificar todo tipo de violencias hacia toda aquella persona o colectivos que cuestionen el orden social actual.

Y con respecto al segundo, creo que la recuperación de nuestras subjetividades es parte integral de la lucha. Muches de nosotres fuimos formades en organizaciones de izquierda que ponían todo el énfasis en cuestiones económicas, políticas (de partidos), y muy poca atención a otras cuestiones importantes de la lucha.

Sin duda le pondría a este libro 5/5 estrellas.

 
Read more...

from Un hombre lobo madrileño en Toledo

La funda rosa

La alarma del móvil suena estridente, sacándome del dulce sueño en que estoy inmerso. En él estoy nadando en Jenny Lake, el hermoso lago que se encuentra a las afueras de la ciudad. Junto a mí, con su cabellera rubia recogida en una graciosa coleta, está Susan, la chica de la que llevo enamorado desde que comencé el instituto. Me mira con sus preciosos ojos azules y sonríe. «Despierta», dice. «Es hora de ir al instituto».

Aún adormilado, busco a tientas el teléfono móvil que descansa sobre la mesilla, y que no ha dejado de sonar. Cuando consigo apagarlo abro los ojos y lo miro. Y entonces recuerdo. La tarde anterior por fin conseguí hacerme con esa funda que tanto tiempo llevaba buscando. Se trata de una edición limitada, una funda de color rosa decorada con unos dibujos de flores de cerezo. Esa funda está descatalogada, y me ha resultado imposible encontrarla, tanto en tiendas físicas como a través de internet. Hasta ayer.

Sonrío como un bobo mientras acaricio el móvil, vestido con su funda de gala. Me paro un momento a pensar, y soy consciente de que el dolor de cabeza que tenía anoche, y que cuando aparece suele acompañarme durante varios días, ha desaparecido. «Hoy va a ser un gran día», pienso.

Bajo a desayunar, y mis padres me reciben sorprendidos. «Hoy no se te han pegado las sábanas», dice mi madre, mientras mi padre dobla el periódico y lo deja sobre la mesa. «Es más, se te ve bastante espabilado. Hasta contento, diría yo». Me encojo de hombros y doy buena cuenta de los cereales y los huevos revueltos. Cuando acabo me pongo la mochila. «Hoy llegaré tarde a casa», digo. «Los chicos y yo tenemos partido de baloncesto». Mis padres, tomados de la mano, me desean suerte al unísono, después se miran y se echan a reír. Son de esas parejas que, aunque lleven años casadas, aún se quieren como el primer día. Normalmente sus muestras de afecto me avergüenzan, pero hoy me parecen casi enternecedoras, y no puedo evitar pensar si Susan y yo algún día estaremos en su misma situación.

Salgo de casa y subo al autobús del instituto, que ya está esperando en la puerta. Avanzo por el pasillo y me siento en mi sitio habitual, casi al fondo, junto a la ventanilla. Hoy hace un día espléndido. El sol produce unos cambiantes reflejos al atravesar el cristal, y me recuerda a los dibujos que hacía sobre el cabello húmedo de Susan, en mi sueño. Una voz me saca de mi ensoñación, preguntándome si está libre el asiento. Alzo la vista y me encuentro con ella, con el pelo recogido en una coleta, tal y cómo la estaba imaginando hace un instante. Continúa mirándome, y ante mi silencio apunta con el dedo hacia la mochila que descansa junto a mí, en el asiento que queda libre. «Disculpa, pero creo que este es el único asiento vacío». «Por supuesto, lo siento», digo, mientras quito apresurado la mochila. Susan se sienta y señala el móvil que descansa entre mis manos. Ni siquiera era consciente de que lo había sacado del bolsillo del pantalón. «Es bonita la funda», dice Susan. «Ya puede serlo, porque me ha costado un horror conseguirla», contesto. Susan se ríe, y creo que es el sonido más hermoso que haya oído jamás. Continuamos hablando el resto del trayecto. La conversación es fluida, casi como si nos conociéramos de toda la vida, y no puedo evitar asombrarme de cómo he vencido la timidez que siempre ha sido natural en mí. Cuando llegamos al instituto, Susan me acompaña hasta mi clase, y antes de dirigirse a la suya me pregunta si me apetecería hacer algo juntos un día de estos. «Quizá ir al lago a pasar la tarde, o al centro comercial». Mientras lo dice, un ligero rubor colorea sus mejillas, y siento que no podría ser más feliz. Asiento y ella se aleja, dejándome con una sonrisa que amenaza con desencajar mi mandíbula. Acaricio la funda rosa con flores de cerezo que protege mi móvil y lo guardo en el bolsillo.

En clase, el profesor Crawford nos entrega los exámenes de matemáticas de la semana pasada, ya corregidos. Cuando deja el mío sobre la mesa, me doy cuenta de que en la misma, en la esquina superior, descansa boca abajo mi teléfono móvil. No recuerdo haberlo sacado del bolsillo. El profesor Crawford lo observa un instante, con la mano aún sobre mi examen. «Bonita funda», dice. «Y buen examen, también. Enhorabuena». Levanta la mano, destapando el examen y veo que me ha puesto la nota más alta. Lo miro, asombrado, pero él ya está hablando con el siguiente alumno. Mientras mi mirada se posa alternativamente entre el examen y el móvil, recuerdo algo que me dijo el señor Balban, el anciano dueño de la modesta tienda donde el día anterior compré la funda. «Es un artículo precioso», me dijo. «Se ve a la legua que tienes buen gusto. Y yo adoro que a la gente con buen gusto le pasen cosas buenas». El resto de la conversación que tuve con él está oculta tras una neblina que no me permite recordar, pero creo que hablamos de cosas importantes. Siento una comezón en la nuca, como si se me estuviese escapando algo, pero encojo los hombros y hago por olvidarlo. Al fin y al cabo, este está siendo el mejor día de mi vida.

Cuando acaban las clases como algo rápido y me dirijo al pabellón donde mis amigos y yo vamos a jugar hoy. El baloncesto nunca se me ha dado especialmente bien, pero aun así me divierto. Hoy jugamos contra el equipo del instituto de la ciudad vecina, nuestros rivales más directos en la pequeña liga en la que participamos. Me cambio, dejo la bolsa de deporte junto a una de las sillas del banquillo que ocupamos y salgo a la cancha.

El encuentro resulta muy parejo, con el marcador alternando entre uno y otro equipo. Cuando solo faltan diez segundos de partido, nuestros rivales van ganando por dos puntos. Tom, mi compañero y amigo, roba el balón y me lo pasa cuando me encuentro justo por detrás de la línea de triple. Por un momento no sé qué hacer. No he encestado un tiro de tres en toda mi vida. Miro al banquillo, buscando ayuda del resto de mis compañeros, y veo que sobre la silla junto a la que está mi bolsa descansa mi teléfono móvil. El rosa de la funda destaca sobre el frío metal, y una vez más vuelvo a preguntarme cómo demonios ha llegado hasta allí. Los gritos de mis compañeros me devuelven a la realidad, y veo en el marcador que solo quedan dos segundos. Sin pensarlo, lanzo el balón con todas mis fuerzas mientras espero no hacer demasiado el ridículo. Jamás antes he llegado siquiera a la canasta con un lanzamiento tan lejano. Pero el tiro entra limpiamente por el aro, y nuestro marcador sube tres puntos justo cuando suena la bocina que señala el final del partido. Hemos ganado por un punto, y ha sido gracias a mí.

Después de la celebración en el vestuario nos vamos a tomar unas pizzas. Normalmente lo hacemos para digerir mejor la derrota, pero esta vez tienen un sabor como no habían tenido nunca antes. Mis compañeros no han dejado de gritar, celebrando, y Tom dice que hoy he sido el alma del equipo. «Alma», pienso, y en ese momento estoy seguro de que esa palabra es importante. Creo que es algo relacionado con el señor Balban. Algo que me dijo el día anterior, en su tienda, pero no acabo de estar seguro. Es frustrante no poder recordarlo. Pero no importa. Está siendo un día glorioso, y por algún motivo, aunque parezca ilógico, estoy seguro de que todo es gracias a la funda rosa.

Camino a casa, aún borracho de éxito. El sol ya ha caído, y rememoro todas las cosas buenas que han pasado hoy: el encuentro con Susan, que acabó con la promesa de una cita; el sobresaliente que obtuve en el examen de matemáticas, y ahora la victoria en el partido, en el último segundo, y gracias a mí. Es como si toda la suerte del mundo se hubiese puesto de mi parte. «Pero la suerte no es algo que se obtenga sin dar nada a cambio, hijo». La voz del señor Balban resuena de repente en mi cabeza. Estoy casi seguro de que pronunció esa frase ayer, justo antes de venderme la funda. Espera, ¿venderme? ¿Acaso llegué a pagar algo por ella? No lo recuerdo, pero algo nuevo me viene a la cabeza mientras enfilo la calle donde vivo. En el interior de la tienda olía raro, como a huevos podridos. No sé por qué, pero en ese momento me pareció algo normal.

Abro la portezuela que da al patio, y me dirijo por el sendero que lleva a la entrada principal, pero algo tira de mi cabeza, obligándome a mirar a la derecha. Me detengo, y observo con la cabeza ladeada el cobertizo donde mi padre guarda las herramientas para el cuidado del jardín. Un destello de comprensión atraviesa mi cerebro. Ahora lo recuerdo todo.

La puerta del cobertizo está abierta. Mi padre lleva demasiado tiempo diciendo que comprará un candado nuevo para sustituir el antiguo, ya oxidado por los años a la intemperie. Tiro del cordel que pende del techo y una solitaria bombilla ilumina el pequeño espacio. Localizo lo que estaba buscando en una esquina, lo tomo y salgo de allí. Mientras introduzco la llave en la cerradura de la puerta de casa pienso que el señor Balban tenía razón: la suerte no es algo que se pueda obtener sin dar nada a cambio. Él me vendió un poco de buena suerte en forma de una funda rosa decorada con unas preciosas flores de cerezo, y a cambio solo me pidió un pequeño favor. Una nimiedad si lo comparo con todas las cosas buenas que me han pasado hoy. La cabeza del hacha produce un escalofriante chirrido al resbalar por el suelo del pasillo. Llego al pie de la escalera que conduce a los cuartos del piso superior. Todas las luces están apagadas, mis padres ya deben estar durmiendo. «Dos almas, hijo», vuelvo a escuchar en mi cabeza, casi como si el señor Balban estuviese allí. «Tan solo quiero dos almas a cambio». El recuerdo del sonido de su risa tras pronunciar esa frase me pone los pelos de punta, y un escalofrío me recorre la espalda. Por un momento tengo la horrible sensación de que he sido engañado, pero solo dura un segundo. Comienzo a subir las escaleras despacio, un escalón cada vez. El hacha hace un ruido sordo al golpear la moqueta que cubre los peldaños con cada uno de mis pasos. Ya estoy arriba. Acaricio el móvil que descansa en mi bolsillo. El tacto gomoso de la funda rosa me tranquiliza. Agarro el picaporte de la puerta donde descansan mis padres y sonrío.

Joder, realmente ha sido un día maravilloso.

 
Leer más...